Cuando comienzas a manejarte un poco por este mundo literario tan complejo y exigente, cuando consigues, tras muchas horas de vagar y divagar en los agujeros negros de las convocatorias, editoriales, concursos y diferentes medios digitales que visibilizan al escritor en ciernes, publicar un texto y enfrentarte al temerario y temido universo de las entrevistas, siempre hay una pregunta que se repite tanto si eres un literato primerizo como si ya has parido varias criaturas literarias y tu nombre tiene cierto eco entre las bisagras de esta inmensa puerta narrativa:

¿Qué obras y autoras o autores te han servido de referencia?

Yo no me atrevería a usar la palabra referencia, ni a involucrar a los autores mal llamados de cabecera en mi torpe sendero por el mundo de la palabra escrita. Durante mi vida he leído de todo y de todo he alimentado mi ansia por aprender, algo que espero no terminar de hacer nunca. Sin embargo, siempre he tenido un terreno fértil que abono con mimo, ese que utiliza una de las principales funciones de la literatura y que a veces pasamos por alto considerando la cultura como algo elitista, algo que debe ofrecer un nivel exigente y exigido, al alcance de lo que algunos consideran torpe y pedantemente literatura de primera.

Una de las finalidades de leer es entretenerte, ausentarte del mundo real que tanto mata y muere; librarte, al menos durante unas horas, de la terrible exactitud de una sociedad que planea como vuelo con destino a ninguna parte. Coger un libro y viajar, coger un libro por el único placer de dejarte arrastrar por las letras, sin intención de cambiar tu pensamiento, filosofía o existencia. Lo que algunos intelectuales definen con desprecio leer por leer. Pues bien. Leer por leer nos hace algo menos imbéciles. Y mucho más libres.

Si tuviera que describir la base de mi leer por leer nombraría a dos grandes figuras que en realidad son tres: mi adorada Ágatha Christie y los geniales Douglas Preston y Lincoln Child. Si tuviera que confesar un primer amor literario ese sería sin duda el Agente Pendergast, fiel acompañante durante muchos años en los que la vida ha curvado esta osamenta cargada de mantener mochilas propias de piedras ajenas. Si tuviera que recomendar una lectura fácil, divertida y sin más exigencia que la de pasar un buen rato, El Aguijón del Escorpión es como una bebida fría en las tardes del insolente julio: necesaria, refrescante, y rápidamente olvidadiza.

Y es que a veces basta con eso. La segunda parte de las aventuras de Nora Kelly, personaje de la saga de Pendergast y protagonista junto a la agente del FBI Corrie Swanson de las nuevas aventuras de este dúo indivisible formado por Preston y Child, nos trae una historia en la que la acción es predominante y aleja un poco ese fondo sobrenatural que siempre acompañó los libros de Pendergast. El toque de la arqueología y la historia, la torpe y siempre apasionada actuación de Swanson y la decisión de Kelly se unen para dar forma a una narración trepidante que mezcla leyendas indias y españolas con un pueblo minero fantasma, la aparición de un cadáver momificado y los experimentos secretos de los militares americanos. Algo que podría resultar excesivo en otras manos se complementa con la naturalidad de quien lleva toda la vida currando en esto de las letras: nada se le puede reprochar a los creadores de uno de los personajes más icónicos de la literatura moderna.

¿Hay aparición de Pendergast? La necesaria para quitarnos el mono. ¿Influye en la trama que se desarrolla? No, Kelly y Swanson se apañan ellas solitas para sacar adelante una investigación repleta de escollos en la que tendrán que jugarse su propio pellejo para ir desenredando una madeja repleta de misterios que logran mantener con pericia la intriga del lector: la dosificación de pistas, la ambientación del lejano desierto, la soledad del paisaje y la tragedia que lo rodea acoplan sus sabios tentáculos a la trama principal que se bifurca en decenas de tramas unidas por el factor común de un antiguo tesoro, una vieja leyenda, una búsqueda y la ambición de los que ansían el poder a toda costa. Con personajes bien definidos que adquieren su voz propia pese al protagonismo de Kelly y Swanson, los autores consiguen meter al lector en un juego de pistas que avanza con eficiencia hacia un final desenfrenado, con una acción vívida que te mantiene enganchado a la lectura y te hace partícipe de la misma, pues los autores te introducen de forma inevitable en la investigación de las dos mujeres, convirtiéndote en cómplice de sus descubrimientos y detective histórico durante unas deliciosas horas.

No resulta sencillo crear casi cuatrocientas páginas de actividad incesante y escasa tregua y, al mismo tiempo, ofrecer historias de personajes que, sin encubrir la verdadera importancia de la novela, la trama, te hagan empatizar con los protagonistas y te una de una forma más especial a la lectura. Y es que El Aguijón del Escorpión será un buen entretenimiento para aquellos que no hayan conocido al agente Pendergast y sus aventuras anteriores y una refrescante novedad para los viejos adictos a la literatura de estos dos sabuesos de las letras. Una buena continuación para la primera parte de esa serie Nora Kelly, cuya anterior aventura fue Huesos Olvidados y que ya tuvo una enorme reseña a cargo del genial Román Sanz Mouta y su Ritual Román en esta misma página.

Benditas lecturas «menores», que tantas buenas tardes nos brindan entre tanta experimentación moderna y discurso de géneros.

Bravo por aquellos que saben lo que escriben y para quienes lo hacen: la base de la palabra escrita se posa sobre la placenta de la diversión.

A disfrutarlo.