El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas (Darío Vilas)

por José Luis Pascual

Título: El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas

Autor: Darío Vilas

Editorial: Apache Libros

Nº de páginas: 180

Género: Terror

Precio: 18,50 €

SINOPSIS

Marquitos está retirado y disfruta de una vida plácida, deliciosamente rutinaria. Pero la isla de Simetría es un hervidero, necesita un reequilibrio que solo él, con sus más de dos metros de altura y su voz capaz de quebrar voluntades, puede proporcionarle. Su mente está recibiendo señales inequívocas; palpitaciones desde sus entrañas en ebullición. Y, además, le ha enviado a una mensajera que no podrá ignorar: una mujer con el rostro y el cuerpo de una Magnolia Azul. 

Ha llegado la hora de volver a sacrificar.

RESEÑA

Aunque estamos ante una novela de 2017 (reeditada por Apache Libros, con portada y prólogo de Nerea Bosch), El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas nos sumerge de lleno en un subgénero que parece estar cobrando presencia hoy: el horror rural. Simetría, lugar en el que transcurre la novela, es un espacio ficticio, pero cualquiera reconocerá algunos de sus rincones en nuestra geografía, especialmente el aislado recodo en el que mora Marcos Laguna. Se trata de una de esas zonas de montaña, de campo, donde la naturaleza y el comportamiento humano parecen seguir normas distintas a las que rigen en otros lugares. El entorno afecta a la psique, dicen.

Entono el mea culpa por el tiempo transcurrido desde que leí La pena y la nada bajo un cielo color caramelo y Reír en tu funeral. Ambas obras me resultaron satisfactorias a muchos niveles, y ahora me reencuentro con su autor en una novela algo más larga y, quizá, más ambiciosa. El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas tiene fama de obra violenta, exacerbada, desmedida. Sin embargo, su lectura me ha resultado más bien introspectiva en cuanto al trabajo de estudio del personaje. Porque Darío Vilas logra aquí un equilibrio perfecto entre pensamiento interior y exposición descriptiva, algo que no es sencillo cuando tu personaje es un ser despiadado que se mueve por impulsos y que no tiene ningún tipo de miramiento con los demás. 

La novela se nos presenta con una curiosa dualidad. Mientras que todo transcurre narrado de un modo realista, la trama queda encerrada en una curiosa esfera de irrealidad en la que todo parece ser posible o estar a punto de suceder. La fusión de ambos espectros le da a la obra un tono especial que resulta muy estimulante. La historia sorprende con algún vericueto que lleva a cuestionar la realidad de lo que se nos cuenta. La mezcla de esa visión distorsionada con los capítulos narrados en tercera persona, casi a modo de cámara, resulta estimulante y no permite que el lector respire demasiado. Todo ello, ejecutado con una prosa que alterna entre la delicadeza y lo descarnado.

Dentro de la contención incontenible que transmite en todo momento el personaje de Marquitos, me parece extraordinariamente sugerente todo el tramo en que, junto a su recién descubierta enamorada, visita una zona marginal de la ciudad, un lumpen sucio y oscuro que fascina del mismo modo que lo hacía el decorado de Las luces de Hannover, de Abraham Guerrero Tenorio. Hay algo misterioso en la manera en que prosa y lugar se derriten uno en el otro.

En la novela late la distorsión. Se trata de una deformación de la realidad que, si bien no llega a la fragmentada visión mental que proponen obras como American Psycho o Zombi, sí que ofrece una difuminación de costumbres humanas y del propio lugar que acoge la trama. Vilas, en ese doble juego de planear sobre y dentro de la cabeza del protagonista, propone unas dobleces psicológicas muy interesantes. Por un lado, tenemos un personaje que es, como la propia Simetría, una isla en sí mismo, ajeno a todo lo que no sean los ecos de las olas que recibe. Ecos que a veces son fidedignos y otras veces meros espectros juguetones que tratan de confundir. Por otro, el autor logra en determinados momentos que sintamos algo por tal bestia, una suerte de compasión que representan de modo explícito las gallinas viejas.

Aunque a veces parece que la novela se escapa por terrenos algo difusos, cuando llega el desenlace se despliega ante nosotros el dibujo completo, perfectamente cerrado y enlazado. La violencia es una de las constantes de la obra, una violencia descarnada que también se presenta de improviso y sin concesión alguna. Sin embargo, no siente uno que esos pasajes tan salvajes desentonen con el desestructurado esquema mental que se nos intenta mostrar desde el inicio. Y eso es otro logro. 

Por todo ello, El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas se revela como una pieza importante dentro del panorama narrativo de lo inquietante, así como demuestra una vez más que en este país hay voces que nada tienen que envidiar a los Fracassi, Hendrix, Tremblay y demás. ¿Por qué no prestamos más atención a lo nuestro?

Por cierto, leí la novela con Denis Ménochet en la cabeza. Todo el tiempo.

2 comentarios

Vicente septiembre 27, 2024 - 11:50 am

Buena pinta.
Se nota que te está gustando el rollo terror rural últimamente.

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José Luis Pascual septiembre 28, 2024 - 9:36 am

Sí, es una temática interesante. Esta toca además otros registros, una pasada.

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