Sopa de miso (Ryū Murakami)

por José Luis Pascual

Título: Sopa de miso

Autor: Ryu Murakami

Traductor: Jaime Montes

Editorial: Malas Tierras

Nº de páginas: 104

Género: ¿Thriller psicológico?

Precio: 22,50 €

SINOPSIS

Kenji tiene veinte años y desde hace un tiempo trabaja como guía turístico nocturno por las calles de Kabukichō, en el centro de Tokio; su función: llevar a los gaijin que llegan al país por peep shows, locales de alterne y cabarets, y asegurarse de que pasan un buen rato. En la víspera de Año Nuevo, recibe una llamada de Frank, un turista americano que solicita sus servicios para tres noches. Aunque Kenji le ha prometido a Jun, su novia, pasar más tiempo juntos, la oferta es demasiado tentadora como para rechazarla, de modo que el guía acabará compartiendo con Frank esos últimos días del año, mientras un asesino en serie mantiene en vilo a la ciudad.

RESEÑA (Daniel Aragonés)

Me resulta difícil hacer una entradilla en este instante de mi existencia. Decir que se cuela entre grandes lecturas y las sobrepasa sería lo más correcto. Añadir que llega en un año de retomar ciertas sendas literarias, también lo sería. ¿Por qué digo esto? Muy sencillo, por el impacto. Podría haber mitificado Sopa de miso sin motivo, y no es el caso. Entro un poco en materia, aunque aviso que voy a ser bastante ambiguo en cuanto a conceptos, por eso me apoyo en José Luis Pascual para redondear la reseña.

Hablemos del monstruo. Del superyó. Del ello. Del yo. Nuestro cerebro es complejo, comparable a la elaboración esta obra. Aunque Ryu utiliza un esquema sencillo, la narración es experimental. El modo en que se desarrolla, magistral y, me atrevería a decir, único. El evento principal se encuentra en el núcleo central. Cómo llegamos hasta ese lugar creando una expectación máxima convierte al autor en maestro. La forma en que nos saca de allí, que podría destrozar la obra, me parece maravillosa e impensable. En su totalidad resulta compleja, más de lo que parece en un primer momento. Dejemos trabajar nuestra parte inconsciente.

Salgo ahora de aquí y prosigo:

Una voz interior nos intenta salvar una y otra vez. El problema es que el eco nos confunde, cambia las frases por hechos y la realidad se difumina. Paranoia: real e imaginaria a partes iguales. ¿Por dónde tirar? No debemos caer en la trampa, si lo hacemos la vida pasará de largo y acabaremos en mitad del océano existencial, tristes, acabados. Sopa de miso es algo así como revisitar El guardián entre el centeno y mutilarlo. Holden ahora es Kenji. Su voz interior lo lleva, de forma inevitable, al conflicto continuo, ese lugar provisto de miles de ventanas y puertas por las que no quieres pasar. Es capaz de visualizar a las personas de un modo completo. La paranoia se convierte en historia, en novela, en crítica. La sociedad japonesa contra el muro de la cultura estadounidense —puede que sea al revés—. Solo las campanadas de la discordia son capaces de calmar esas turbulencias existentes en el vórtice de unión de culturas y personalidades. Un segundo evento basado en el núcleo.

La novela no es algo homogéneo. Se trata de la misma historia, diseminada como una rata de laboratorio. Existen varios conflictos, necesarios para catalogarla como thriller —la moral como eje imaginario—. Frank podría ser el objeto causante, pero no lo es, se trata de una voz más, alejada quizás del entendimiento. La violencia podría ser la protagonista; incluso lo banal. La sencillez de cada una de sus capas hace de esta novela algo complicado de entender. A medida que pasan los días tras su lectura, me doy cuenta de muchas cosas, igual que me ocurrió con El guardián entre el centeno. Sin duda, una obra de culto.

RESEÑA (José Luis Pascual)

Desde su mismo inicio, Sopa de miso nos introduce en un universo viciado, un lumpen poblado por locales de striptease, peep shows y toda clase de antros poco aconsejables… Un lugar dedicado al sexo sucio y al instinto animal. En este descenso a los infiernos, Kenji, japonés, actúa como guía de Frank, estadounidense. Juntos, se asemejan a Homero y Dante recorriendo los círculos del infierno.

La trama, narrada en primera persona por Kenji (esto es muy importante), nos presenta a un joven japonés que hace las veces de cicerone de un extraño hombre de negocios que desea vivir la noche de Tokio durante las festividades de Año Nuevo. La novela se estructura alrededor de la enrarecida relación entre ambos, que se ve marcada por el descubrimiento de algunos cadáveres en la zona que transitan. 

Lo que a priori podría parecer un thriller psicológico al uso, se transforma en manos de Ryū Murakami en un canto a la extrañeza que comienza apenas como un susurro y va aumentando gradualmente su volumen hasta ensordecernos durante el tramo final. Imaginemos a Kenji como trasunto del capitán Marlow de El corazón de las tinieblas (o del capitán Willard de Apocalypse Now, si queremos), y a Frank como… bueno, Frank no se parece a nadie, aunque podemos emparentarlo lejanamente con un Patrick Bateman envejecido y trasnochado. Juntos, componen una de las mejores traslaciones de las epopeyas clásicas (léase especialmente La divina comedia) a la narrativa moderna y sus recursos. 

Fascina cómo Murakami retrata el Tokio más marginal, a veces como un lugar decrépito pero puramente reconocible, a veces como un paisaje alienígena formado por garajes y jaulas para batear. Ese enrarecimiento que va tomando cuerpo paulatinamente tiene la cualidad de absorber al lector e hipnotizarlo con pasmosa facilidad. Sobre los personajes, resulta esclarecedor comprobar cómo el autor se refiere en alguna ocasión a ellos como «seres humanos de imitación». No se me ocurre una mejor manera de definir la impresión que dejan todos y cada uno de ellos, especialmente el incomprensible Frank y el contradictorio Kenji.

La obra se divide en tres capítulos, pero en realidad está partida en dos grandes segmentos divididos por LA ESCENA. Se trata de una secuencia inesperada que decanta la obra hacia una de las posibilidades que Murakami esboza en todo el texto anterior. La magia del escritor japonés radica en cómo consigue, a pesar de aclarar la trama en ese momento, mantener la ambigüedad y seguir haciéndonos dudar de lo que estamos leyendo. Esto lo consigue añadiendo un toque extravagante y esquinado tanto en la trama como en la manera de pensar de Kenji, el narrador. ¿Es posible que sea el joven y anodino guía turístico un personaje más importante que un presunto asesino en serie lleno de aspectos inquietantes? Increíblemente, lo es.

El autor logra ese complejo objetivo al que muchos escritores aspiran: sus personajes se solapan sin confundirse, se completan uno al otro siendo absolutamente opuestos, representan el mismo concepto desde las antípodas personales de cada uno. Se sustancian mutuamente, se dan volumen, tridimensionalidad y carácter. Y todo desde una transgresión que, si bien explota en la cabeza del lector en la mencionada escena, se mantiene en una línea sutil y, a su manera, elegante, durante el resto de la novela.

Además de todo esto, hay algo más, algo cuasi espiritual que resulta indefinible. Una suerte de misterio que subyace a lo largo de toda la obra y que tal vez sea imposible desentrañar. Tampoco importa, de hecho conviene que ese misterio continúe una vez finalizada la lectura. Supongo que es la impronta de las obras verdaderamente importantes.

No quiero finalizar sin señalar el abrumador tramo de desenlace, en el que hay un parlamento que condensa el espíritu de la novela y que, os lo puedo asegurar, resulta memorable. Si Azul casi transparente brillaba por su visión descarnada pero sensible de la vida de los jóvenes en Japón, Sopa de miso retuerce esa vida de un modo insólitamente magistral para revelar el talento superlativo y poco común de su autor. Ojalá sirva su rescate por parte de la editorial Malas Tierras para que el resto de la obra de Ryū Murakami se traduzca por estos lares.

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