Las casas que arden (Ibán Manzano)

por José Luis Pascual

Título: Las casas que arden

Autor: Ibán Manzano

Editorial: Paripé Books

Nº de páginas: 210

Género: Relatos fantásticos

Precio: 22,99 €

SINOPSIS

Lo sobrenatural, ya sea en cine o en literatura, aparece allí donde la realidad se queda sin imágenes o sin palabras. Surge para ayudarnos a expresar todo aquello sobre nosotros mismos que no alcanzamos a expresar de otra manera. Los siete relatos que componen Las casas que arden nos muestran a personajes enfrentándose a un quiebre en su mundo ordinario: casi podríamos afirmar que cada una de estas historias supone una variante distinta de lo fantástico, una manera única y vibrante de contar cómo lo maravilloso permanece a nuestro alrededor agazapado, a la espera de que encontremos el valor para mirar.

RESEÑA

Existe una vertiente del fantástico actual que sabe amalgamar la parte de ficción con una crítica social tan necesaria como, ojalá, reactiva. Si bien es cierto que a menudo esta mezcla acaba en productos panfletarios o, si acaso, en obras que pierden su significado por la adhesión a los recursos comerciales, cuando se hace bien, el resultado es sumamente satisfactorio. Eso es lo que consigue Las casas que arden, una colección de relatos que, tal y como lograran la película El lamento o los libros de Mariana Enriquez, acude a la sutileza y a la profundidad psicológica para esquivar la bala del fantástico mainstream e insertarse en esa lista de obras pequeñas que, en realidad, son grandes.

Lo más destacable, y al tiempo asombroso, es la manera en que Ibán Manzano encuentra la metáfora perfecta en cada uno de sus relatos, así como su habilidad para aplicarla en un perenne doble sentido: alimentar el imaginario fantástico del terror contemporáneo y dotar al texto de esa mencionada carga de crítica social. Todo ello ya está presente en «La piel subterránea», primera yesca del volumen, que resulta directa, inconclusa, inquietante. Dos mujeres vistas a través de los ojos de una de ellas y enfrentadas a un misterio que aviva la descomposición de nuestra sociedad.

La cualidad literaria que convierte la idea principal en una metáfora de situación potentísima se explota de maravilla en «El síndrome de Estocolmo» o «Las noches sin silencio», cuentos con premisas fascinantes. Logra Manzano ese equilibrio ansiado, al tiempo que explora lo fugaz de la existencia, la falta de amarre que nos proporciona la realidad, la sensación de que el suelo bajo nuestros pies no es suelo sino algo inestable, pulsátil, inconsistente. Además, algo que aprecio mucho: el elemento fantástico se presenta sin demasiadas explicaciones, como algo que asumir y punto.

Haciendo honor a su título, «Conglomerado» aglutina una serie de historias cruzadas alrededor de unos edificios en construcción. Si en los anteriores cuentos hemos visto atisbos de cierta profundidad psicológica, aquí alcanzamos un nivel literario incontestable. Es este el cuento que por sí solo justifica la compra de este libro, un retrato del alma humana a través de sus pequeñas miserias y de lo trágico que nos espera al final del día o, en este caso, al final de la noche. Perfectamente podría trasladarse a novela.

Otra de las constantes del volumen es la casi totalidad de protagonistas femeninas repletas de dudas y de sombras mentales. De nuevo, creo que el tratamiento es perfecto. Las malas pasadas que nos juegan a veces las ideas están muy presentes, tal y como sucede en «La casa que arde», historia que explora el contraste entre el fuego y la familia, entre el riesgo y la cotidianidad. 

Temas como la identidad, el impulso, por qué nos comportamos de determinada manera en determinados momentos, la culpa o el miedo al abandono laten en todos los relatos, y buena muestra es la dupla final, en la que el autor se acerca a dos estilos tan similares y a la vez tan opuestos como los de Samanta Schweblin y Mariana Enriquez. En estos parámetros se mueve el autor, escorándose quizá más hacia la primera en cuanto a que lo importante no tiene por qué estar señalado de manera evidente.

Mi formación como asistente editorial y corrector profesional me obliga, empero, a señalar un detalle que, tristemente, se está convirtiendo en recurrente: la falta de corrección. Si bien aquí no me ha impedido disfrutar de los relatos y extraerles todo su jugo, el libro denota una clara dejadez en el pulido final. La responsabilidad de cualquier editorial es presentar las obras con la mayor pulcritud posible, y parece que la corrección está pasando a un segundo o tercer plano de importancia para editoriales grandes, medianas y pequeñas. Espero que esta tendencia cambie.

Pese a ello, he de concluir que Las casas que arden hurga en esquirlas psíquicas que pueden o no tener su correspondencia física (como en el relato «La casa que arde»). Lo que hace muy bien esta obra es sortear ese primer plano al que parece abonada la literatura fantástica comercial, situándonos en lugares algo más sombríos y dejándonos heridas que solo se revelan cuando se han convertido en cicatriz. Lo recomiendo mucho.

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