A estas alturas, nadie puede dudar de que Steven Spielberg sabe dirigir. A sus 71 años, sigue demostrando su tremendo oficio con cintas que tal vez se alejan de propuestas anteriores que le otorgaron celebridad y prestigio. Con El puente de los espías (2015) ya demostró que es capaz de adaptar su estilo a historias con tramas políticas y hacerlas accesibles a un público generalista. Y es que Spielberg lleva el entretenimiento en las venas, y en los últimos tiempos conjuga como nadie ese cine mainstream que atrae al público en masa con temáticas más afiladas.
En Los archivos del Pentágono (The Post) el director nos transporta a un tiempo delicado para la sociedad estadounidense, que tenía que lidiar con varios frentes como la guerra de Vietnam y el desencanto con sus líderes políticos. En ese decorado, la filtración de unos documentos que demuestran la mentira continuada de varios presidentes al pueblo americano en relación con el conflicto bélico, pondrá en guardia a los periódicos más poderosos del país e iniciará una cruzada por sacar a la luz la verdad.
Steven Spielberg logra trasladarnos a la época con una perfecta puesta en escena y una ambientación impecable, como suele ser marca de la casa. Un poco al estilo de películas del subgénero periodístico como Todos los hombres del presidente (1976) o la más reciente Spotlight (2015) (no en vano uno de sus guionistas repite aquí), «Los archivos del Pentágono» nos sumerge en los entresijos de un periódico con una modélica representación, al tiempo que plantea con acierto los dilemas logísticos y sobre todo morales que deben enfrentar los responsables del diario. Spielberg hace suya esta historia real rodando con gran pulso y convirtiendo a la película en un thriller político de gran calado. La gran experiencia del realizador le permite evitar tecnicismos y situaciones frías para ofrecer una cinta muy accesible que se mueve a un ritmo contenido pero constante y que, ante todo, no permite que el interés del espectador decaiga en ningún momento. A ello contribuye una magnífica banda sonora firmada, cómo no, por el maestro John Williams.
Se le pueden achacar varios detalles durante el desenlace que rebajan ligeramente el entusiasmo al recordar la película, como esa caricaturesca representación de un Richard Nixon que parece el villano de El inspector Gadget, o un evidente mensaje feminista que en algún momento parece algo forzado o sacado de contexto. Son errores pequeños, pero están ahí.