Ritual Román 51: De Tenebris

por Román Sanz Mouta

Título: De tenebris

Autor: Varios autores

Editorial: Readuck Ediciones

Nº páginas: 172

Género: Antología de terror hispánico

Precio: 17€ / 5,99€ (digital)

De Tenebris es una antología de relatos de terror cuyas raíces están ligadas a nuestra cultura. Una colección de historias localizadas en diferentes puntos de España que ahondan en nuestras leyendas, ciudades y miedos atávicos. Diez textos que invitan a mirar con otros ojos esos rincones extraños que ya conocemos y que plantan en nuestro interior la semilla de la duda… ¿Qué pasaría si esos «cuentos de vieja» e «historias para no dormir» fueran más reales de lo que pensamos? ¿Pueden acaso esas ensoñaciones provocadas por un paraje natural ser ciertas?
En esta selección de relatos encontrarás diferentes caras del poliédrico rostro de nuestra idiosincrasia y peculiar forma de ver el mundo. Pueblos abandonados, aquelarres en las veredas de nuestros montes, canciones populares mezcladas con rituales extraños y criaturas ocultas a simple vista en lugares turísticos… son solo una pequeña pincelada de lo que encontrarás entre estas páginas. Eso y el deseo irrefrenable de investigar tu ciudad, tu pueblo o tu calle, que también, aunque no lo sepas todavía, pueden esconder terroríficos secretos.

CRONICA DE LA ESPAÑA OCULTA

He tenido el gusto de leer esta antología, con una premisa más que interesante, auspiciada por Carlos Gurpegui, y que se decidió por convocatoria junto con autores/as invitades (siento no haberme enterado de dicho certamen, hubiere aportado algún miedo ignoto y territorial), y que pretende plasmar el terror hispánico por medio de su cultura y leyendas, la mitología propia, sea de regiones o de pequeños reductos todavía no alcanzados por la modernidad del siglo XXI. Me he adentrado con gusto para conocer nuevas figuras que provoquen inquietud a lo largo y ancho de estas tierras. Y me ha gustado lo leído y aprehendido. Así que, sin más, vamos a desglosar los cuentos:

  • Callijuelas, por Irenea M. Fernández: un primer relato estupendo para arrancar, en lenguaje y composición del pueblo y la cultura que guarda. Transmitiendo esa sensación de lo sobrenatural desde la voz y la visión de los niños, mucho más inteligentes que los adultos, sea por confiados o asustadizos estos últimos; carentes del germen de curiosidad. Para ellos la curiosidad es solo otro juego. El hombre morado en el pozo, las visiones, la atmósfera que consigue construir, y que en pocas páginas condensa la historia para que puedas visualizar generaciones de una familia, un pueblo, y sus leyendas. Atisbando lo inevitable. Da para novela por todos los componentes que toca y de los que apetece saber más. Mis felicitaciones a la autora.

  • Dalia Saavedra, de Elena Santiago González: un pueblo perdido entre las montañas donde perderse para escapar de la guerra. Y esa villa oculta se convierte en cárcel, dentro de la cerrazón de sus habitantes, que permiten la estancia, pero sin socializar ni poder marcharse los nuevos, casi esclavos. Y temerosos de algo que acecha en el bosque, de un día con un nombre concreto. Aquí, la trama siniestra y paranormal es una excusa para contar cómo los marginados, estos rechazados residentes, lo pagan entre sí con sus más queridos, perpetuando esa ira por generaciones. Y con todo, los descendientes, ya fugados, son incapaces de negarse a ese influjo, a esa atracción por regresar y saber de ese bosque y pueblo maldito. Mostrando un desenlace abrumador y combinando épocas de la historia. Estupendo y opresivo relato.

  • El descenso, por Inés Alcolea Llopis: aquí nos encontramos con un cuento triste, sobre lo inevitable del destino y la condición, ni humana ni divina. Dentro de una atmósfera donde todo el mundo está marcado, incluso antes de nacer, por ascendencias más poderosas que la sangre. Y que si tienes un estigma, incluso y aunque ese estigma sea verdadero, no puedes más que cumplir con tu sino. Además, esas niñas muertas, esa escalera descendente, todo son presagios funestos para la niña protagonista que va tomando conciencia en su periplo ya decidido. Y se lee con cadencia de pesadumbre, que resuena como las campanas oxidadas de ese pueblo perdido.

  • Y te daré mis alas, de Eleazar Herrera: aquí el desafío es la leyenda a contar, primero con posos de la misma, sus raíces y significado, y luego ofreciéndote un trato, a ti directamente, lector, en segunda persona. Ese recurso tan en desuso y difícil de utilizar con maestría, pero tan incisivo y subyugante cuando es bien empleado. Es el peso de esa leyenda, pues estamos más ante una exposición experimental que frente a un relato, y su atracción irresistible, lo que te atrapa. La promesa de transformación tras el pacto de libre albedrío. Calando al final su mensaje de libertad. Provoca que pienses.   

  • Caleidoscopio, por Mariela González Álvarez: de nuevo estamos ante la historia de un niño inteligente y curioso, más dado a las artes que a los deportes, y a quien, tras un desafortunado incidente en el ojo, le cambia la perspectiva de la vista. Ahora puede atisbar las formas que hay entre nosotros. Formas con las que se obsesiona y a las que convierte en su mundo, dedicándoles su tiempo de abstracción, renunciando a todo lo demás. Y esas formas acaban por empatizar con las emociones y sentimientos del niño, capaces de actuar por él mientras crece, madura y se hace valer de las mismas. Curioso texto, intuitivo, y que me ha dejado patidifuso con el giro final, oscuro y cósmico, con esa obra de arte definitiva e inimaginable, a la par que terrorífica. Bravo.

  • La gran tribulación, de Mal Lawless: quizá este sea el relato de estilo más clásico y canónico, acercándonos al género del terror con las consignas de lo maligno, y ambientado en esa Hispania soterrada. Marcando el ritmo de las revelaciones que ofrece, alternando presente y pasado para que confluyan a través de una confesión en primera persona. Me gusta esa progresión al igual que la forma y fondo, al ritmo de latín, para ver si pueden salvar a la protagonista de ser diferente, de esa otra cosa. Solo me chirría el fragmento final, quizá desentonante, con la declaración de intenciones para cerrar el texto, que se deja abierto de forma intencionada. Y con un regusto muy positivo.

  • La sangre de mi pueblo, por Guillermo Blázquez: de inicio me estremece la prosa, me envuelve con sus metáforas, simbolismos, construcciones líricas por medio de un lenguaje sinfónico que me transporta a ese lugar ajeno al tiempo y a la piedad. Y, sobre todo, le concede un contexto atroz al poder que tiene la villa, las mismas casas y sus paredes, las alimañas que se imponen y son hombres. Eso lo percibe una mujer que vuelve y no debió marcharse. El autor le da la vuelta al concepto, dentro de esta festividad ancestral de apariencia religiosa, del sacrificio; a la anormalidad y a lo amorfo. Igual que siempre sospeché que la locura y la cordura se definen porque hay más cuerdos que locos y se impone el criterio mayoritario. Solo que en este pueblo gana lo diferente. Alrededor de ello montan su espectáculo, que no es anual y sí diario. Exhibiendo además sus costumbres para los turistas, pero no dejando que ninguno permanezca, y tampoco permitiendo que nadie marche del pueblo. Un secreto a voces sigue siendo un secreto. Y esta es la cruz que carga la protagonista, el no haberse transformado, el no haber sucumbido a la sangre del pueblo. Visuales abstractas, truculentas, surrealistas, nefandas. Redondo y magnífico cuento en todos sus estamentos.

  • El pozo de San Lázaro, de Álvaro Arbonés: tenemos aquí el primer relato que nos amplía el espectro desde un poblado diminuto y extraviado a una ciudad grande y reconocible; Zaragoza. Y su Ebro. En una historia cuasi arqueológica y aventurera, dentro de la brevedad. Con unos nombres escogidos que resuenan de forma maravillosa. Y aunque alguna reiteración y falta de sonoridad lo deja corto en comparativa con los otros textos, no le quita valor a su esencia, y a la inmersión de Lizara plena de sensaciones abisales, donde bajo las aguas se esconden las respuestas. Siempre estuvieron allí, solo hay que atreverse a sumergirse para encontrarlas.

  • SIGNATUS, por Nieves Mories: Otro giro del prisma. Vemos una historia de mujeres de influencias druídicas, en la que una de ellas lidera al resto con su presencia, con su conocimiento y amistad con la naturaleza, unida a una empatía animal, feral. Y con esa perspectiva de la elegida, que combina lo arcaico en sus creencias con lo moderno en comodidades, viviendo justo de la manera que quiere; entre lo mítico y su refugio de actualidad. Esa poderosa influencia atávica crece y crece ampliando su círculo mientras otras acólitas lo dejan, abrumadas, hastiadas. Y la visión de la narradora, adepta también, muta, transformada, en revelación, para presentarnos el desenlace justo. Mientras y durante, la voz inconfundible y reconocible de Nieves nos desgarra, como buena cirujana y ejecutora que siempre deja caer la guadaña cuando toca, renaciéndolo todo, por muchas buenas intenciones que se posean de inicio.

  • Macarena libre, de Carlos G. Gurpegui: este relato altera el enfoque de la antología para cerrar la misma, siendo un verso más suelto y ligero, enfocado en las reivindicaciones políticas de unos jóvenes universitarios con su consabido tutor venerable. Que quieren sacar el cuerpo de un franquista de la tumba que no le corresponde. Quienes, tras discusiones y cervezas, se determinan y cuelan, para el allanamiento de la basílica, con resultado indeterminado, porque flota en el ambiente que algo saldrá terriblemente mal. Es entonces cuando llega la alteración, el tiempo narrativo cambia de pretérito a presente, y la acción sangrienta se desencadena, con grados terribles de sadismo desde lo enterrado bajo tierra y sacro. Vivo, fresco y ágil el texto. Dejándome una duda, ¿qué fue de Antonio?

En conclusión, me ha gustado la compilación y el global de los relatos. Tienen muchos nexos en común, como lo ominoso rural y decadente, el protagonismo de los niños y su visión, aunque sea desde la memoria, una gran sensibilidad narrativa, y las consecuencias terribles de quienes incumplen las leyes no escritas o abandonan la comunidad.

Por inercia propia y querencia personal, me siento más cercano a unos que a otros (véanse Sangre de mi pueblo, Caleidoscopio o Callijuelas). Y es verdad que se nota el cambio de ritmos y estilos sin que discorden. Pero las plumas que los firman son de buena calidad, y tienen algo que contar, sabiendo cómo hacerlo, hurgando en los recovecos de la historia escondida. Si encima ese algo desempolva estos retazos de cultura que se nos van aplastados por la tecnología, y sin escucharlos ya de boca a boca por medio de nuestros mayores, qué mejor que perpetuarlos y volver sobre ellos. Porque quién sabe si todas estas figuras del horror rural, arcaico, no siguen con nosotros.

Una propuesta destacada que me gustaría ver repetida. A leer.

Pd: me queda la pregunta en cada uno de los textos, y en los que aquí no se cuentan… Si rascásemos la superficie de todas estas costumbres y tradiciones de la mitología nacional o regional, ¿cuánta verdad no encontraríamos? ¿Cuántos actos deleznables o mágicos, prácticamente inimaginables, de personas atávicas arrastradas por el tiempo, corrompidas por la genética, obligadas por su pueblo, no saldrían a la luz?

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