Recién escuché el podcast Territorio Extrañer, el capítulo Territorios inexplorados (parte 1). Se dejaron por tratar algunos territorios vastos sin explorar, el cerebro, verbigracia, aunque lo mencionó C.G. Demian de pasada; pero tocaron temas interesantes (en especial me alegró escuchar al compañero Román Sanz de viva voz). Lo malo de escuchar, en general, a gente (a estos mis compañeros o a cualesquiera otros) es que siempre me hace pensar en si yo podría hablar allí entre ellos como uno más, y no como un auténtico extraterrestre: y es que yo no soy racional, cosa que por lo visto: todo el mundo es. Ay. Menos yo.
Yo, amigos, me lo creo todo. Y lo contrario (no creerse nada) viene a ser, desde cierto punto lógico al menos, lo mismo, lo sé: creérselo todo y no creerse nada. De hecho esto es un pilar del budismo (esa religión que no es religión): cree, y no creas, todo vale para y lo mismo. ¿Me puse demasiado místico? Últimamente no tengo mucho tiempo para leer o escribir y tiendo al misticismo.
Yo creo en todas las teorías locas: extraterrestres que construyen pirámides, o antenas gigantescas, Chitauris chupando energía idiota en los partidos de futbol que el común de la plebe mira embobado, Sai Baba, los caimanes en las alcantarillas de Nueva York, el archipiélago de Luis Araquistáin y el reino del Preste Juan, yo me lo creo todo. Y esto no es un punto de vista racional, claro que no: yo de eso no tengo. Yo “he visto”, y “veo”, como el viejo Tiresias. Creer es la clave, lo sabemos Mulder y yo.
Diré más, en este artículo, que podría titularse “contra la razón y contra los racionalistas” (el buen Unamuno estará orgulloso de mí), diré, decía, que he educado a mis hijos en la creencia de que los dioses, monstruos, y todo tipo de seres imaginables e imaginados, e inimaginables (Ilúvatar, por ejemplo) EXISTEN. Pero hay más: no establezco distinción ninguna de “grado de realidad” entre el panteón de los sumerios, o los griegos, o los indios y los panteones creados por escritores: Tolkien nos dio muchos dioses y yo les doy la bienvenida a nuestra vida familiar. En la playa adoramos a Ulmo, en la montaña a Manwë. Jung ya avisaba de que el hombre necesita a los dioses, necesita magia, necesita todo aquello que es maravilloso (y si no lo tiene enferma). También los he educado, a mis cachorros, empero, en la afirmación contraria: ¡no existen los dioses! La afirmación gloriosa y orgullosa, y satánica, de Gurdjief: la vida es real cuando yo soy. Pero es que siempre hay esas dos partes, el que se lo cree todo y el que no se cree nada. ¿De qué diantres me serviría a mí leer una novela, digamos El espanto de Arganza, por poner una cualquiera, si no me la creyera? Si no creyera lo que le pasa a ese señor en Arganza, si no creyera que lo que Lovecraft contaba era cierto y verdadero; la novela sería un fracaso, sería, lo diré a las claras: ¡una mierda! Don Quijote de la Mancha, ya lo he afirmado antes, no solo es más real que su padre, es real independientemente de Cervantes (o como se llamase). Así desde Indiana Jones o Toretto (el de las carreras) hasta el Textor Texel de Amelie Nothomb, Pennywise, Fred Kruegger, Goku, etc. Todos reales y verdaderos, todos forjadores de nuestro pensamiento: ¿y van a ser falsos si nos ayudan a ser más reales?
Entonces ¿cómo iba yo a no creer que los nazis, esos tipos repeinados y con el uniforme sin una sola arruga, andan detrás de mil y un misterios? Es cierto: tenían una mini Alemania de ensueño en el lado oculto de la luna, atesoraban objetos mágicos, experimentaban con todo y con todos. Puede que fuesen muy malos, ese no es el tema: eran la vanguardia de los buscadores de lo extraño. (Y que nadie se queje: todos trabajamos, hoy, para los nazis…)
Todo lo que esconden los territorios sin explorar: yetis, antiguas civilizaciones más avanzadas moral y tecnológicamente que la nuestra, tierra hueca, caminos a otros mundos, agujeros de gusano; todo me lo creo.
En sus libros, Tuesday Lobsang Rampa habla de cómo se comunicaban desde el lamasterio con seres de otros planetas, de cómo los gatos guardaban los tesoros de Tíbet (también hablaban con los mininos telepáticamente), de cómo volaban, de niños, sujetos a grandes cometas: lo que yo no entiendo es que alguien se dedique a insistir en que todo eso es mentira, me parece tonto y absurdo: si lees las novelas te lo crees, y si no te lo crees… es que no las estás leyendo bien; quizá te estés dando demasiada importancia. Dale la vuelta: imaginemos a un escritor del siglo XVII describiendo un teléfono móvil en su época, imaginemos lo que dirían de él si lo hiciese en primera persona y con tintes de verdad verdadera: un loco, un mentiroso, fabulador, tunante. Y se limita a contar una tontería cualquiera (un aparato con el que puedes hablar en cualquier momento con cualquier otro, por lejos que esté, que tenga otro aparato semejante). ¿Y vamos a reírnos de los viajes astrales? Nosotros, el culmen de lo ridículo con nuestras camisetas con cuello de pico, los tacones de aguja, el refinamiento en los modales, los menús gurmets y tantísimas otras mierdas, nosotros, el hombre blanco judeocristiano angloparlante y bienpensante, tapados hasta el cuello, ocultando los impulsos sexuales, ¡ja!
En la novela de Roger Zelazny Tú, el inmortal, sucede que el mundo está hecho mierda después de desastres nucleares. La cosa es que a alguien se le ocurre disfrazar a un montón de gente de “antiguos egipcios” y ponerlos a desmontar las pirámides. Todo esto es registrado en un video, y después, pasándolo para atrás, lo venden como “la construcción de las pirámides”. Esto es lo que se llama, hoy, en ciertas ocasiones, ciencia: un hombre viendo ese vídeo y diciendo “fíjate tú, qué interesante”. ¿Una crítica de Zelazny? No, un cachondeo, una burla.
Volviendo a lo de creerte lo que lees, y fijándonos en el terror: el que el lector crea lo que lee es clave para que el miedo aparezca. Parece que estoy afirmando lo contrario a esa vieja patata: “tememos lo que no conocemos”, cuando digo que “tememos cuando conocemos (o creemos)”. En cierta manera, nunca he creído eso de que tememos lo desconocido, o más bien, he creído siempre que estaba esto mal formulado: dejadme que me ponga en plan aristotélico: tememos cuando vemos que aquello que creíamos que era imposible, y por tanto incognoscible, es, o se nos presenta como, real, o al menos como plausible.
Por eso en los territorios inexplorados cabe todo, y todo lo que deseemos, allí lo encontraremos: al monstruo de Frankenstein, a Escila, a Caribdis, a Nessy, a Nemo y a …… [escriba aquí lo que vaya a encontrar, o déjelo como comentario]. Y si vas a negar: piensa que acaso te niegas a ti mismo: desde que una nube de electrones te envuelve, amigo, eres, has sido siempre, un fantasma, un fallo en Matrix, una extravagancia del universo, una broma, un payaso, eres tan glorioso como vil, criatura.
Fco. Santos Muñoz Rico
Redactor
3 comentarios
Un gamusino
Buena disquisición, amigo mío. También gusto de cree en toda anormalidad, improbabilidad o extrañeza de tipo alienígena, místico, experimental, paranormal o lisérgico, entre muchos otros. Pero es cierto que en el programa de los Extrañers (a ver cuándo coincidimos allí) y en la vida, me obligo a informarme de las certezas de cada episodio, por tristes que resulten los resultados y respuestas, o riesgo de perder la magia.
Y no será por ausencia en lugares supuestamente embrujados… Me esquivan!!!
Le aseguro que me hallo predispuesto a entrar a todo trapo o anomalía. Y discutirlas, diseccionarlas largo de no poder acudir in situ.
Ojalá……
Qué será será?
Quiero creer.
AMIGO ROMÁN, QUEREMOS CREER, Y POR ESO CREEMOS. TARDE O TEMPRANO COINCIDIREMOS Y HABRÁ UNA CAJA DE BIRRA, ESPEREMOS, DE POR MEDIO