Ritual Román 97: Currículum con monstruos

por Román Sanz Mouta

Título: Currículum con monstruos

Autor: William Browning Spencer

Editorial: Gigamesh

Nº páginas: 336

Género: Pulp lovecraftiano de oficinistas

Precio: 18€

¿Quieres ser artista? ¿Quieres ser feliz? ¿Tienes un trabajo de mierda?
Philip Kenan también. Ha perdido el trabajo, su novia lo ha dejado y escribe, pero lo que había de ser una novela normalita ocupa ya dos mil páginas y es cada vez más impublicable. Y, por si fuera poco, es el único que sabe que unas horrendas criaturas lovecraftianas pretenden saltar telepáticamente un abismo de seiscientos millones de años y destruir la civilización.

William Browning Spencer teje una novela desternillante y a la vez conmovedora sobre el sentido de la vida y el significado del éxito. Currículum con monstruos es su libro más surrealista, pero también el más autobiográfico.

 

RITUAL

Empezamos con lo primero, para situarnos y saber sobre qué hablamos, porque en Currículum con monstruos contrasta que sea una aventura relativamente amable, delirante y divertida, cuando amable no es el término al que referirse nunca delante de la amenaza de los Antiguos o los Primigenios en avalancha a través del espacio-tiempo. ¿Cuáles son las razones de esta contradicción maravillosa? Al argumento de cabeza.

En el primer acto, Philip es consciente de la existencia de esas entidades terribles y ominosas, el panteón completo de Lovecraft, que quieren entrar en nuestra realidad a través de su nefanda empresa administrativa: MicroMeg, la tapadera (o no). Emporio que los usa mientras él solo anhela recuperar a su ex, con la que tiene una relación procelosa. Philip ya poseía los conocimientos de esa amenaza, e intenta actuar contra ellos, ser oposición, hormiga contra numen. Mientras avanza lento y pesaroso en esa novela lovacraftiana (qué irónico) que es su leitmotiv y que a la vez le separó de Amelia, buscando ayuda psicológica (y psiquiátrica) en Lily (maravilloso y místico personaje). Presentación, interrelaciones, puesta en escena. Ya nos gusta.

En el segundo acto contemplamos la historia en dos tiempos, con Philip saltando desdoblado al pasado, reviviendo cómo llegó a dicho conocimiento y cuál es la relación con su ex, Amelia (causa y efecto), a la vez que vemos la prosecución del acto anterior, donde ya cuenta también con ayuda psicológica reglada (sumada a Lily, claro, nunca es demasiado). Una lucha entre la cordura y la demencia, aceptar que todo lo imagina o abrazar la certeza de lo inevitable, de la extinción y la esclavitud como el mejor de los finales. ¿Cuántas líneas temporales hay? ¿Qué ha cambiado? ¿Se ha curado? ¿Seguirá solo?

En el tercer acto, tras el clímax de los dos primeros (me encantan los clímax tempranos y múltiples), el personaje ha evolucionado, es otro, igual que las circunstancias, y alguno de los personajes que le acompaña o se le opone. Pero quizá la amenaza permanezca latente, porque todo cambia para que todo permanezca. Entenderéis que no cuente mucho de este último episodio para no estropear la sorpresa.  

Porque Philip es un hombre simple, un escritor fallido, un administrativo de raza que solo trabaja, escribe y echa de menos a la inefable Amelia, quien podría ser corrompida por esos nefastos conceptos. En la oficina se encuentra situaciones cotidianas que se salpimientan con dichos terrores ignotos, denuncias de abusos, reemplazos, sustituciones, carcasas. ¿Qué es real y qué no? El narrador nos invita a entrar en ese juego y participar del mismo. Lily, la terapeuta, anciana, sabia, incisiva, ahonda en todos esos problemas, se gana la confianza de Philip (y la nuestra).

Porque Philip avanza caótico, sobreviviendo mientras se hace preguntas perturbadoras, intentando luchar, siguiendo sus instintos de escritor, porque es escritor por encima de cualquier cosa (de una novela interminable), y ha puesto su obra por encima incluso de Amelia. ¿Está en posesión de la verdad? ¿Apostamos por él? Cuántas preguntas, ¿verdad?

Al personaje protagonista le marca mucho más el amor por Amelia que el hecho de tener una conciencia clara del advenimiento de los primigenios por desencadenar, que arrasarán toda existencia. Y aunque pelea por y contra ello, necesita mucho más que Amelia lo quiera, que vuelvan a estar juntos (¿por encima de la novela?). Esa dicotomía (la normalidad de lo imposible) resulta en que ambas situaciones (el amor y el horror) pueden ser verdades, anormales e imposibles. Aunque no olvidemos también que existe una frontera no tan tenue entre amor, obsesión y acoso (¿cierto, Philip?). No resulta excusa que tu mente haya sido manipulada tantas y tantas veces y que la misma realidad no se sostenga en la balanza que debiera.  

Añadamos, esto por deformación profesional (palo y zanahoria), la incomprensión que recibe de su ámbito más cercano el escritor o la escritora, tildado de vago, de perezoso, de hobby, de no hacer nada, de ser preso de su imaginación. Una imaginación que para poder escribir en condiciones tiene que poseerte, absorberte, obsesionarte. Es verdad que tal compromiso colinda con estos monstruos que rodean a Philip, que ya llegan. Ahondando un poco más allá de su traslación al mundo real (¿locura?). No deja de ser una realidad cruda, y aquellos que escriben bien lo saben (a quienes tienen el apoyo completo de su entorno, enhorabuena).

Sumemos al caldo los dilemas de la salud mental, qué y cuándo creer a un paciente, a un amigo o una pareja que te cuenta algo improbable, fuera de lugar, una fantasía. ¿Qué haces? ¿Lo apoyas? ¿Lo abandonas? ¿Lo aíslas? Otro problema de incomprensión demasiado común.

Desde lo técnico, la voz narrativa le aporta mucha frescura al texto, le favorece un grado de sinceridad cómplice que te hace dudar de esa salud mental y a la vez nos permite acompañar a Philip con empatía. Le da sentido al argumento. Los personajes son tangibles, quizá exagerados (algún estereotipo), pero todo en favor de la obra (bueno, malos y neutros, clones, robots, secundarios o principales, númenes). Y la atmósfera, sobre todo en las apariciones de las criaturas con las que el maestro pobló nuestras pesadillas, fugaces pero amenazadoras.

El final, explosivo, deviene delicioso (otro término que no debería encajar con el mal llamado género de la novela, pero…), con una vuelta a la calma sorprendente. Y es que, si una virtud tiene este manuscrito, es que abandona la común sensación de incognoscible, poniendo la mente y los deseos de los primigenios a la altura del hombre, para, aún con poderes desproporcionados en favor de los primeros, se comuniquen y tengan anhelos parecidos, tan pequeños que no parezcan dignos, y que no dejan de ser caprichos. Ese prisma convierte el texto en divertido.

Concluyendo, una novel ágil, entretenida, con escenas de conflicto que pasan raudas, visuales, y con las psicoterapeutas que descifran la psique del protagonista. Con actuaciones empresariales donde se muestra el habitual y cotidiano abuso de poder que se ejerce desde las altas esferas (siempre crítica social, se agradece, se necesita). Se entremezclan varias tramas (y tiempos) para crear un argumento compacto, funcional, adictivo. Porque Philip pasa de víctima o testigo a luchador. No se conforma. Y ya sabemos lo que pasa cuando enfrentas a tamañas deidades. Me gustan el tono y planteamiento, aunque no se perciba ese horror cósmico que nos haga cerrar los ojos, dejar la lectura, estremecernos. No es el objetivo. Trepidante en sus tres episodios concatenados. Y crea un vinculo compartido con el lector o la lectora, contigo. ¿Os habéis enterado de algo?

Poco más y poco menos que decir. El mercado está lleno de pastiches, de tochos, de infumables que dicen referenciar al gran H.P. Lovecraft y que no hacen más que usar sus bichos, mencionarle de pasada o repetir la sobreadjetivación con las mismas palabras que él solía usar en demasía. Sin crear miedos, porque los tiempos han cambiado, porque no habrá otro Lovecraft. Sin embargo, este homenaje cariñoso sí funciona. Con lo cual, a leer (o Yog-Sothoth te comerá vivo).

 

Pd: sabiendo por cosmogonía que los primigenios y los antiguos, incluso familia, no se llevan bien entre sí, ¿confluirían en acuerdo para conquistar juntos algo tan insignificante como es el planeta tierra? Ahí lo dejo.     

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