La princesa prometida, una novela que jamás debió ser escrita

por J. D. Martín

La Princesa Prometida. Vaya. Palabras mayores en literatura. Tal vez no tuvo la repercusión merecida en sus primeros años, pero ya hace mucho que la novela y la película basada en ella son parte de nuestro acervo cultural. Raro es el año en que una u otra, o varias, cadenas de televisión no nos han regalado esta joya. Rara es la librería que no dispone en su catálogo de alguna de las muchas ediciones. Raro es el paciente lector que no sonríe cuando se ve frente a esta narración.

Amor. Aventuras. Héroes. Amistad. Lealtad. Son algunas de las palabras que podemos relacionar con esta historia. ¿Debió ser escrita?

Aplicaremos hoy el filtro, tan actual, de los límites de la literatura. Hay mucha gente, cuya opinión es del todo respetable, que plantea la necesidad de establecer ciertas barreras a respetar. No describan ustedes violaciones, tortura, maltrato animal… y un largo etcétera de situaciones crudas, duras, violentas. Cada uno tiene sus límites y sus razones, faltaría más. 

Hay quien piensa que podemos escribir cualquier cosa, y que ya decidirá el lector qué acepta y qué rechaza, bandera enarbolada por quien escribe este artículo, y hay mil matices en el debate. Y mil filtros que pueden influir en la literatura del futuro. Veamos qué ocurre cuando aplicamos esos filtros a una novela ya escrita, ya asentada, a una narración ya adorada por tantas personas. 

En un breve vistazo, una sinopsis, La Princesa Prometida es la historia de Buttercup y Westley, enamorados, y de cómo él decide embarcarse para hacer fortuna, de cómo su barco es atacado por el temible pirata Roberts, que nunca hace prisioneros, y ella se ve obligada a casarse con el príncipe de su país, que en realidad planea fingir su secuestro y asesinarla para provocar la guerra con el estado vecino, y de cómo se entabla una lucha entre el amor verdadero y la ambición personal. 

Bueno, no está nada mal. 

Y William Goldman no es sólo un gran narrador, sino un maestro de escritores. De guionistas. De contadores de historias. Poco puede decirse sobre su arte y conocimientos que no se haya dicho ya. Así pues, ¿qué razones hay para que yo diga que esa novela jamás debió ser escrita?

Pasemos a un resumen más amplio, en el que aplicaremos esos filtros propuestos por lectores y escritores a la historia de Goldman. A su versión en novela y su adaptación cinematográfica, bastante fiel pero con sus libertades. 

Goldman nos cuenta esta aventura como si se tratase de un libro que su padre le ha leído cuando él, en su infancia, estaba enfermo, e introduce sus opiniones y comentarios en la trama, algo que se respetó con cierta fidelidad en la película. Así que no será muy difícil mantener ese punto de vista. Y, repito, aplicar los filtros que ahora muchas personas consideran necesarios. Vamos a ello, pues. 

En el capítulo primero veremos una exposición de cómo es la vida de Buttercup, la más hermosa de las mujeres, y algo de su relación con Westley, empleado en la granja de los padres de ella. Cada vez que la muchacha da una orden al chico, él responde «Como desees». Pero, en realidad, le está diciendo «Te amo». Precioso, sin duda. Y claro, llega un momento en que ella se da cuenta de que también le ama. Amor verdadero. Juvenil. Puro. Sin límites, con todo el tiempo que la vida nos regala por delante. Ya sabemos que él decidirá embarcarse para buscar mejores expectativas y que el temible pirata Roberts (que nunca hace prisioneros) abordará su barco. 

Así que aparece, en el capítulo segundo, el príncipe Humperdinck. La ley del país le da potestad para desposarse con cualquier mujer. Y escogerá a Buttercup, que ya da por muerto a su verdadero amor. 

Si nos preguntamos quién es este príncipe, el capítulo dos nos da una buena visión general. Es un tipo que ambiciona el trono, respeta poco a su padre el rey y su madrastra la reina, y se ha construido un Zoo de la Muerte. Un subterráneo de cinco niveles, lleno de animales cautivos a los que clasifica según su peligrosidad. Le ayuda en dicha tarea el conde Rugen, de quien ya hablaremos después. El príncipe suele bajar al zoo para enfrentarse a los animales cautivos. En este capítulo leemos cómo mata a un orangután en lucha cuerpo a cuerpo, sólo como entrenamiento. Así que nos vemos obligados a eliminar el capítulo, porque la tortura a animales es algo que no debemos escribir, que no puede pasar nuestros filtros. Bueno. Supongo que diremos que Humperdinck era un mal tipo que quería poco a sus padres, y que el conde Rugen era su compinche. 

Dedicaremos todo el capítulo cuatro al cortejo entre nuestro príncipe y cierta princesa vecina, un dechado de virtudes que conviene en lo político al reino, pero que es rechazada por Humperdinck porque es calva. Supongo que este capítulo no ha de eliminarse por entero, ya que la superficialidad no es, para quienes establecen límites en la literatura, un pecado mortal. O sí, porque la vergüenza sufrida por la princesa es calificable de acoso. Rechacemos a la princesa y dejemos que Rugen sugiera a Buttercup como una candidata a tener en cuenta. 

Y pasarán unas cuantas páginas más, en las que nuestra heroína desarrolla todo un argumentario a favor del matrimonio sin amor y las bondades de conformarse con la vida que nos ha tocado vivir, con lo que acabará comprometida con el príncipe y presentada ante el pueblo como la futura reina. Ya en el capítulo siguiente será secuestrada, pues, como sabemos, el verdadero objetivo del príncipe es provocar la guerra con el país vecino. Un siciliano muy inteligente, un español muy diestro con la espada y un turco muy fuerte serán los responsables del secuestro encargado por el príncipe. Secuestro, sí. Secuestro con llave al cuello de la princesa para someterla y con amenazas de muerte que supongo podemos considerar como tortura psicológica sin demasiado problema, además de un bofetón explícito. 

Horrible, sin duda. Digno de ser borrado. 

Los secuestradores y su víctima zarpan en su barco, dirigiéndose a los terribles Acantilados de la Locura, que les permitirán llegar a la frontera con el país vecino. Y allí no dudan en anunciar a la princesa, en un alarde de crueldad, que la matarán para provocar la guerra. Demasiado sádico para ciertos baremos actuales. Deberíamos borrarlo, claro. 

Para sorpresa de lectores y secuestradores, un pequeño barco navega en su estela. Pilota un hombre de negro, que de alguna inconcebible manera va recortando la distancia. 

Tranquilo, paciente lector, que ya estamos casi a la mitad de la novela y sólo hemos de borrar el maltrato animal, la cosificación de la mujer, las leyes machistas del reino, el ataque a la mujer durante el secuestro, la tortura sádica al anunciarle su propia muerte y poquito más, aunque si menciono la bofetada que el siciliano le da  a la princesa ya podemos hablar de maltrato. Seguro que la narración sale bien parada y resulta coherente pese a todo tras borrar estas cosas.

Bien, prosigamos. En este momento, los secuestradores han llegado al pie de los Acantilados de la Locura y trepan a toda velocidad por una cuerda allí dispuesta. O, por ser exactos, el turco fornido y gigantesco trepa, llevando a los otros tres personajes colgados de su cuerpo. Poco después, el barco perseguidor llegará al mismo punto y un hombre, el Hombre de Negro, empezará a trepar tras ellos, recortando distancia a fuerza de brazos. Heroico, maravilloso, épico. Inconcebible.

Cuando el grupo llega a lo alto de los acantilados, nuestro inteligente siciliano ordenará al diestro español que acabe con el hombre de negro mientras ellos huyen con la princesa. Pero el español, que tiene un sentido del honor que ya nos dice, eh, pacientes lectores, he aquí un héroe aunque las circunstancias le hayan llevado al bando de los malvados, no negará al hombre de negro una oportunidad. Tras ayudarle a llegar arriba y darle tiempo a descansar, le contará que un hombre con seis dedos mató a su padre, espadero, cuando él era niño, marcando después su rostro con el filo de su espada, y que desde entonces le busca para vengarse, habiéndose convertido en el mejor espadachín del mundo a tal efecto. 

Destrucción de la infancia, familias desestructuradas, algo muy cercano a la obsesión que, como enfermedad mental, no deberíamos tocar. Son realidades molestas. Inadecuadas. La literatura está para otra cosa. 

Íñigo, nuestro espadachín español, es derrotado por el Hombre de Negro, que resulta ser mejor que él con la espada. Pero este enmascarado decide dejarle con vida, y se limita a golpearle en la cabeza. Después vuelve a perseguir al siciliano, el turco y la princesa. Antes de que los alcance, el siciliano ordena al turco quedarse atrás y matar a su perseguidor estrellándole una roca en la cabeza. Fezzik, el turco, decide que eso no es muy deportivo y prefiere la pelea cuerpo a cuerpo. De nuevo, la nobleza se impone. 

Hay en el libro, que no en la película, un capítulo sobre la infancia de Fezzik. Grande y fuerte desde siempre, el ser distinto hace que sus compañeros de clase y juegos se metan con él, tratando así el incómodo tema del acoso; su padre pretende enseñarle a pelear para que pueda defenderse, y Fezzik, con menos de diez años, le romperá la mandíbula de un puñetazo. 

Después de esto, los padres llevarán al joven turco de pelea en pelea contra los mejores luchadores del mundo. Explotación infantil, que se mantendrá hasta que los progenitores fallezcan, Fezzik se quede solo y acabe en el mundo de la delincuencia para sobrevivir. Sigamos borrando.

El Hombre de Negro, tan fuerte como diestro, vence al gigante en combate, y le deja sin sentido antes de proseguir la persecución. Mientras tanto, el príncipe, acompañado del conde Rugen y algunos soldados, habrá empezado a seguir el rastro de los secuestradores. 

Sabedor de que el Hombre de Negro es más rápido y fuerte, el siciliano ha decidido detenerse y enfrentarse a él. Amenaza a la princesa con una daga en su cuello y ambos hombres decidirán resolver el conflicto mediante un duelo de ingenio. El Hombre de Negro pondrá veneno en una copa, ambos beberán y el superviviente será el ganador. El astuto siciliano sólo tiene que deducir en qué copa está el veneno, elegir y beber. 

Por supuesto, el Hombre de Negro es tan listo como fuerte y diestro, y saldrá vencedor del duelo de ingenio. Muerto el siciliano, se marchará con la princesa, escapando de la persecución iniciada por el príncipe rumbo a la costa, donde su barco les espera, ya que él en realidad es el temible pirata Roberts. Que nunca hace prisioneros. 

La princesa, debo recordar, no ha elegido irse con el pirata. Esto no es un rescate, sino un nuevo secuestro. Y cuando empiezan a hablar y él se identifica, ella declara su odio, puesto que el pirata es el responsable de la muerte de Westley, su único y verdadero amor. Roberts la acusa de mentirosa, dice que ella nunca ha amado, y la abofetea mientras dice «Allí de donde vengo se castiga a la mujer que miente»

Se castiga a la mujer que miente. No a la persona que miente, no al embustero. Remarcado con un bofetón. Quienes piensan que ha de aplicarse un límite a la violencia de género en sus aspectos psicológicos y físicos sin duda estarán arrancando ya estas páginas del libro. 

Sigamos. La discusión entre ambos personajes termina cuando Buttercup empuja al pirata Roberts barranco abajo, mientras ella dice «Por mí, como si os morís». Y él, rebotando entre piedras, grita «Como desees»

Buttercup se da cuenta en este instante de que el pirata Roberts es en realidad Westley, y murmura «Oh, mi dulce Westley, ¿qué te he hecho?», antes de saltar tras él. 

Mi dulce Westley. El secuestrador que no se ha identificado en ningún momento, que la ha amenazado y abofeteado, que no la ha preguntado si desea irse con él o volver con el príncipe, es el dulce Westley. Una relación poco sana si aplicamos algunos filtros, lo que casi seguro nos llevará a borrar también esta escena. 

Quizá a borrar por completo al héroe. Recordemos todos los filtros, todos los límites, o al menos algunos ya que son tantos los propuestos, y veamos al héroe bajo esa luz. 

Tras enamorarse de Buttercup y partir en busca de fortuna y una vida mejor para ambos, es secuestrado por el pirata Roberts. Se convierte en una especie de asistente para él y, poco a poco, en su hombre de confianza. Durante años aprende a ser un pirata y dirige sus propios abordajes. Como ya sabemos, Roberts no hace prisioneros, así que Westley tampoco. El héroe, por tanto, habrá acabado con la vida de muchas personas por el camino. Después se convierte en el pirata Roberts y sigue en lo mismo, hasta que decide volver a por Buttercup. Ya vemos cómo se ha comportado con ella hasta ahora. Bien, parece que tiene más de asesino narcisista que de héroe, si queremos verlo desde ese punto de vista. Si queremos poner límites. 

Habría muchos más aspectos a tocar en las páginas restantes. Tortura animal, cuando Rugen prueba su máquina. Semanas de tortura cuando Westley es capturado por el príncipe. El intento de suicidio de la princesa, evitado en el último segundo por el héroe. 

Escenas, actitudes y comportamientos que no soportarían la aplicación de los filtros propuestos en nuestra época. Propuestos, al parecer, por un número pequeño de lectores y autores. Antes de escribir este artículo hice una encuesta en las redes sociales, según la cual más del noventa por ciento de los que contestaron rechazan los límites en literatura. Hubo muchos comentarios que hablaron de poner fronteras o al menos avisar de contenidos sensibles, de no tocar ciertos temas o tocarlos bajo determinados prismas. 

Creo, y es mi opinión personal, que la aplicación de límites presenta varios riesgos. El primero, como espero haber dejado patente, el de acabar con grandes obras por amputar partes de ellas que sirven para marcar el carácter de los protagonistas y el entorno de la historia. Es decir, vulnerar la creatividad de los autores. 

El segundo afecta al espíritu crítico que la literatura, como toda forma de narrativa, colabora a forjar en quienes hacen de ella una parte de su vida. Leer es un escaparate a otros mundos, ayuda a la formación de opiniones, a abordar elecciones y desarrollar nuestra capacidad de toma de decisiones. Y es así porque la narrativa ofrece opciones, muestra diferentes realidades, diferentes temas sobre los que reflexionar y diversas situaciones. Si llegásemos a la aplicación de estos filtros, estos límites, ofreceríamos al lector mundos idealizados, amputaríamos ese espíritu crítico. Colaboraríamos a esconder realidades duras, problemas sociales que siguen produciéndose aunque no hablemos de ellos, que sólo pueden resolverse como sociedad, mediante acciones individuales y colectivas que no pueden llevarse a cabo sin conocer estos conflictos, sin una implicación personal y una información activa previas a esa toma de decisiones. 

¿Cómo pedir a la sociedad actual y a la que está por venir, a nuestros jóvenes, que mejoren el mundo si sólo les ofrecemos su rostro más brillante, sus colores más hermosos? Si les cegamos con fuegos de artificio y embotamos sus oídos con músicas hermosas, no podrán ver ni escuchar la realidad, una realidad que está formada por claroscuros, por situaciones, personas, entornos buenos y malos, que necesitan de esa capacidad de espíritu crítico para ser enfrentados de forma constructiva. 

Y un tercer aspecto, para acabar. Tal vez incómodo y doloroso, pero creo que muy importante. 

Cuando proponemos un límite para que no se hable de un tema por ser doloroso, por temor a que se “romantice” una actitud negativa o se normalice un comportamiento contra el que estamos posicionados, no parece que tengamos en cuenta que la otra parte de la sociedad, aquella a la que le es indiferente o que de forma clara está en contra de nuestra opinión, gana voz. Gana poder. Corremos el riesgo de ser cómplices de aquello que tanto censuramos por silenciar las voces que pueden provocar reacciones, de dar más voz a los que, en nuestra opinión, hacen las cosas mal por callarnos, por dejar el altavoz en sus manos, y por taparnos los oídos, los nuestros y los ajenos, cayendo en una suerte de pensamiento mágico, como si no hablar de una realidad desagradable fuese a cambiarla o hacerla desaparecer. 

El silencio no mejora el mundo. El pensamiento, el debate, la acción, son capaces de hacerlo. No nos privemos, ni privemos a nuestros lectores, de la posibilidad, de la capacidad, de elegir y actuar. 

No nos privemos de obras tan maravillosas y entretenidas como La Princesa Prometida, que jamás habría sido escrita bajo estos filtros, ni de la aportación a la sociedad que la narrativa y los lectores llevan haciendo desde que contamos historias en torno a una hoguera. No nos privemos del pensamiento libre. 

10 comentarios

FRANKY enero 28, 2022 - 10:07 am

A la hoguera!!!!

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JD febrero 1, 2022 - 11:07 am

Allí nos veremos, compañero 🙂

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C.G. Demian enero 28, 2022 - 10:47 am

El silencio no mejora el mundo, pero Silencio lo hace un poco más soportable. Culpabilizar al arte en general y a la literatura en particular de los males del mundo es más fácil que admitir que las personas tenemos maldad. Yo he leído esas historias que deberían borrarse desde pequeño y (al menos que yo sepa) no he cometido ningún crimen, igual que la mayoría de la gente. Hay que diferencia causualidad de coincidencia. O a lo mejor hay que quemar libros, que sabré yo.

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JD febrero 1, 2022 - 11:08 am

Estoy de acuerdo contigo. El único crimen del que pueden acusarnos por ahora es pensar a nuestra manera y debatir. Que, al parecer, es grave.

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Morrigang enero 28, 2022 - 12:35 pm

Pero qué cosas tienes, ¿quién no querría a sus hijos edulcorados y huecos como un huevo Kinder?

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JD febrero 1, 2022 - 11:12 am

Jaja, que gran verdad… así todo es más fácil, sin duda. O eso parecen pensar algunos.

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vicente enero 28, 2022 - 1:07 pm

Grande, JD!
Pedazo texto te has marcado.

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JD febrero 1, 2022 - 11:12 am

Muchas gracias, compañero. Parece que no a todo el mundo le ha sentado bien, pero qué vamos a hacer.

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RaúlGA febrero 1, 2022 - 1:29 pm

Qué temazo tocas, JD. He tenido un montón de conversaciones y de opiniones al respecto. Ahora mismo me encuentro en el punto de estar en contra del revisionismo porque las obras son hijas de su tiempo, y eso está bien, es honesto y, además, es imposible que sea de otro modo, salvo que seas un viajero en el tiempo. Por eso ahora los autores no contarían esas historias igual, y también está bien, porque son hijos de su tiempo. Siempre ha habido líneas que costaba traspasar. Ahora las hay, pero el intento de cancelar el pasado y lo… ¿inmoral?, me parece una que no deberíamos traspasar. Eso sí que lo hemos visto hacer antes. Y fue un desastre.
¡Un abrazo!

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J D Martín febrero 1, 2022 - 9:00 pm

Cuánta razón tienes. Y se habla mucho del tema, por eso me parece importante poner mi granito de arena en el debate. Esperemos que el desastre no llegue, o al menos sigamos opinando con libertad al respecto. Mil gracias 😊

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