El suicidio: autodestrucción: la masa enferma
Tocamos uno de los temas más delicados y controvertidos del ser humano y, como siempre, pienso darle la vuelta y transformar el artículo en otra cosa. Derivado de la problemática mental y la falta de amor propio y confianza. Producto de una sociedad enferma.
Suicidio: del latín, suicidium, es el acto por el que una persona se provoca la muerte de forma intencionada.
Es evidente que cualquier suicida está padeciendo un trastorno psíquico, una desesperación profunda derivada o achacable a situaciones vitales extremas —bajo su punto de vista, por supuesto—. Las causas son múltiples: dificultades económicas; problemas en las relaciones interpersonales, profesionales o sentimentales; enfermedades, soledad o acoso psicológico de algún tipo. Cualquier problema, por nimio que pueda parecer, es capaz de oprimir a la persona y empujarla a ese vacío existencial en el que no se encuentra más salida que la muerte. Dificultades que se convierten en patologías psiquiátricas de carácter grave, como la depresión, el trastorno bipolar, la esquizofrenia, el trastorno límite de la personalidad, el alcoholismo o la drogadicción.
Si adaptamos esta sección a lo que llevamos de ensayo, sería algo así como el punto y final autoimpuesto para erradicar cualquier mal relacionado con ese terror o miedo que nos acecha, una manera de acabar con todo o, desde ese punto, convertir nuestro devenir en una deshonra —en caso de fallo—. La debilidad, esa desesperación absoluta, funde a negro una vida y la transforma en comida para gusanos. Es evidente que a lo largo de la historia el suicidio se ha entendido de muchas formas, utilizado por las religiones como método para infundir terror. Jamás se debe atentar contra una vida, aunque sea la nuestra. Solo Dios puede juzgar.
Muchas obras, novelas, películas, cuadros o poemas rondan el suicidio o lo anticipan o apuntan datos importantes a tener en cuenta. El mismo Dazai, del que ya hemos hablado aquí, se suicidó, y curiosamente en Indigno de ser humano habla del tema a través de su personaje, lo trata en profundidad de un modo indirecto. No podía faltar el filme Las vírgenes suicidas, o la propia novela, que narra a la perfección infinidad de detalles relacionados con el propio acto, sus causas y las nefastas consecuencias que conducen a todas las hijas de una familia a ese terraplén insalvable. En El aciago demiurgo, Emil Cioran nos regala unas maravillosas reflexiones sobre el suicidio, entre otras muchas cosas. No puede faltar, como obra universal, conocida por todos, Romeo y Julieta. Autores como Stephen King lo utilizan como conductor de alguna de sus obras. Como siempre digo, no es el acto en sí mismo, sino el sentimiento que arrastra y el lugar al que te lleva, a ese mundo tortuoso del que todos tenemos constancia.
En algunas religiones o creencias remarcan que el alma de un suicida se queda atrapada entre dos mundos. Como ya he dicho, el miedo infundado, las ganas de que el ser humano sea sometido por sus iguales y nos comportemos como ovejas temerosas de una venganza divina. Siempre hay que resolver los problemas terrenales para mantener limpio un espíritu reclamado por los dioses. Control de masas, así de simple.
Llegados a este punto hablaré de mi visón de anoche. Lo haré en presente, o pasado histórico. Se trata más bien de un pensamiento.
Estoy paseando a Marla, mi perra. Enciendo un cigarro. Pienso en el artículo. En el suicidio como artificio colectivo. En una daga incandescente que nos atraviesa el cráneo y nos obliga a vivir estando muertos. El suicidio de lo establecido. Muertos vivientes. ¿Acaso no nos hablan de eso los clásicos del género Z? Debemos acabar con nuestros instintos básicos y formar parte de la cadena de montaje de una fábrica, consumir marcas, caminar a la par del idiota que no tiene rumbo ni objetivo. ¿Es o no es suicidio? Lo otro es la cumbre, acabar con el color, sembrar los campos de la muerte con nuestro último aliento. Pero la verdadera acepción de SUICIDIO nunca va a estar en los diccionarios. Es inviable que nos vendan la falta de vida, ese suicidio en masa, como la verdadera vitalidad, como lo necesario. ¿Es o no es terror? ¿Quieres escribir TERROR? Para eso tienes que ofrecer un doble fondo en el cajón de tu obra, porque si no solo estás haciendo mierda. El personaje tienes que ser tú, yo, él, algo real que viaje a donde tú quieras. Pero si ese personaje no vive entre nosotros —no importa que sea una de esas personas que están en la lista de la depresión o la ansiedad, o un villano real, de los que marcan a fuego y hierro a sus semejantes como si fuesen reses, o un asesino, o un tendero, o tu vecino—, remarco, si no vive entre nosotros estás haciendo otra cosa, ya no es terror —puede ser terrorífico, entretenido, horrible, pasable, pero nunca terror, nunca literatura real—. Todos los personajes de King sufren, de un modo u otro, están en esa lista que el señor Suicidio tiene preparada. Todos los personajes de cualquier obra universal, te guste o no, son reales, o tan imaginarios que sus sentimientos son hiperreales. Consiste en retratar una realidad y deformarla, en crear algo tan surreal, visceral y fuera de rango que lo dicho pase a formar parte de la memoria de un solo ser, o mil, o millones, y que sientan esa historia como suya. Si no haces esto que digo, eres mediocre. Si no empatizas eres un monstruo. Si no lo sabes contar no eres escritor. ¿Es no es terror esto que digo?
Termino el cigarro y lo tiro al suelo. Cae entre la hierba, medio seca debido a la falta de lluvia. Vuelvo a casa. Vivo en una caja al lado de otras cajas, apilada sobre cajas. Rodeado de suicidas, de vividores y bajeza. Muchos viven al margen de todo, pero no son felices. Mi caso es distinto. Me niego a participar en ese suicidio en masa. Prefiero sonreír y tener menos zapatillas en el armario. También soy un personaje, no penséis lo contrario, solo que distinto, del que merece la pena contar su historia. ¿Por qué digo esto? Porque esa pátina de publicidad subliminal no me ciega. No soy un suicida, sin embargo, empatizo con todos aquellos que caen en el agujero y se ahogan. Eso es el terror, estar dentro y fuera. Verlo, sentirlo.
El horror, el horror.
Ahora os dejo con un poema, ¿o es prosa? No importa. Os dejo con Lorena Escobar y su oda al suicidio, a la autodestrucción:
Odio (Lorena Escobar)
Mírate.
Eres un pescado sin espinas.
Blanda, deforme, salada, tísica, gorda, desarreglada, amorfa.
Puta desequilibrada.
Mírate.
Es el mundo quien te cuestiona. Es la vida quien te viola y deja sobre tu piel restos de semen recalentado. A tres minutos en el microondas.
Semen que tú confundes con lágrimas.
¡Imbécil!
Te desconoces. Esa resulta la palabra adecuada. Lo que antes suponía un hogar se ha convertido en nicho. Tu propio cuerpo huele a gusanos carroñeros. El cuello rígido, las piernas flojas, los ojos nublados.
Aprietas la mandíbula y sientes cómo se te descascarillan los dientes, antes perfectos.
Te desconoces.
Y si no doliera tanto, reirías.
Pero el caso es que duele.
Y la carcajada se hace un ovillo en la laringe, provocando el vómito de todo lo que no te atreves a decirle a nadie.
Lo que no te atreves a decirte.
¡Quiero morir!
Vamos, cuéntaselo a la fulana del espejo. Ella no va a juzgar tus intenciones. Cuéntaselo a las ojeras negras que achican sus ojos, a las canas que sobresalen del tinte, a la boca torcida que ya no quiere besar ni entonar un mea culpa que solo lame el aire.
Cuéntaselo, que ella es la única que te escucha realmente.
Sin embargo, hasta la fulana te abandona. Se evapora como el agua que hierve demasiado, dejando una sombra histérica que ya no entiende de fe. Que no habita ningún espacio. Que se diluye, cóncava y convexa, entre las líneas tatuadas en la palma de tu mano.
Dejándote
completamente
sola.
La soledad es una rata escondida en la buhardilla.
Araña el suelo de madera, las tablillas desconchadas, araña y araña dejando que sus patas erosionen paz y guerra. Que alcancen los restos de tejido.
Las uñas profanan tu mente y arrastran pedazos de materia, la que sostiene los restos podridos de tu podrida razón.
Después, la rata se los come.
Masticando tu cerebro sin contemplaciones.
Y vomitando los pensamientos que se le indigestan.
Estás
completamente
sola.
Entonces, con la cabeza ya despojada de cualquier intento de negociación, llega el odio.
De improviso.
Como el amor tardío en un corazón sin esperanza.
Llega el odio y te odias.
Así de complicado y de sencillo.
Pero como no tienes valor para matarte,
¡cobarde!
Castigas tu cuerpo por no poder mutilar tus entrañas.
Castigas tu piel por no arrancarte unos ojos desquiciados de tanto fabricar agua salada.
Castigas epiteliales y rasgas la carne en busca de una respuesta que no te das ni tú misma.
Cortas.
Abres.
Ves la sangre.
Te tranquilizas.
Te sigues odiando.
Te calmas.
Vuelta a empezar.
Otro cuchillo.
Otra herida.
Otra fulana ante el espejo, más desgreñada, más pálida, más rota.
Más y menos.
Inestable equilibrio.
Respiras.
No, solo metes aire en tu garganta.
La noche no te da tregua.
El día llega antes de tiempo.
Otro cuchillo.
Otra herida.
Te sigues odiando.
Y te castigas.
Puto ciclo de la vida.
Puedes encontrar todas las entregas de esta serie de artículos aquí: El Terror
Daniel Aragonés
Colaborador
3 comentarios
Buff, tremendo. Terrorífico.
Artículo y relato valientes.
Artículo necesario en los tiempos que tenemos por delante. Da que pensar. Enhorabuena a los dos.
Ah los suicidas griegos!!
esos sí que eran buenos suicidas, se dejaban morir lentamente de inanición.
También hay que recordar los suicidios ejemplares de Enrique Vila-Matas, un libro fantástico.
Para mí el suicidio siempre ha sido un tema maravilloso, ya fuese que lo defendiese Nietzsche o que lo recomendara, por boca de uno de sus acólitos, el mismísimo Buda como alternativa a la meditación.
Siempre me ha encantado esa vez en que le preguntaron a Goethe que qué le parecía que tantos jóvenes se hubiesen suicidado después de leer Los sufrimientos del joven Werter, y él afirmase con rotundidad y desparpajo que se la traía floja que un atajo de imbéciles se suicidara, jajaja, ya hoy ni se puede reír uno públicamente de los suicidas, hay que compadecerlos, cuidarlos, quererlos… Yo, como misántropo filosófico y moral, animo a cualquiera que quiera suicidarse a que se suicide: el ser humano es una plaga vil, cuantos menos haya: mejor.
Recordemos que el gran Robert Howard se voló la tapa de los sesos, y bien que hizo: en ese momento era la única cosa que podía hacer.
En fin: obscurum per obscurius, ignotum per ignotius, et ad mortem, ipsa, propria morte.