Título: Salvajes años 20
Autor: Varios Autores
Editorial: Apache Libros
Nº páginas: 269
Género: Antología lovecraftiana
Precio: 25€
Los años 20 norteamericanos fueron una época de prosperidad económica sin precedentes. Una era marcada por el jazz, la liberación sexual y el cine…, pero también por el contrabando, la violencia racial y la sombra de dos guerras mundiales. En esta década se fundó la revista Weird Tales, donde Howard Phillips Lovecraft publicó algunos de sus más famosos relatos.
En este homenaje al escritor de Providence, quince autores españoles echan la vista atrás y nos presentan su propia visión del horror cósmico, mientras hilan la historia con la leyenda. Relatos repletos de crueldad y misterio, en los cuales rascacielos, cantinas y coches de lujo ocultan maldiciones terribles y seres de otros mundos.
Esta edición, profusamente ilustrada, incluye un prólogo del director y guionista Brian Yuzna (Re-animator, Society, Necronomicon), un prefacio de Sandy Petersen (creador del juego de rol La llamada de Cthulhu) y un ensayo del propio Lovecraft sobre el arte de contar historias.
RESEÑA DE ÉPOCA
Recibo con alegría esta colección lovecraftiana (gracias a Apache Libros) ambientada en la época primigenia y oriunda del maestro. Y me sobrecoge, por las dos ilustres firmas, Brian Yuzna y Sandy Peterson, que prologan el libro (los roleros me entenderán mejor que nadie), y por un buen número de autores y autoras ya reconocidos, y otres que apetece descubrir, y más en estas lides ignotas e incognoscibles. Sabemos lo que espera; prohibición del alcohol, ciudades oscuras y sin ley, personajes proclives a la locura (y mucho más sugestionables que los del presente), y apariciones monstruosas en el homenaje a uno de los creadores (y máximo impulsor) del horror cósmico. O quizá hable yo en vano. Averigüémoslo:
El templo, por Alicia Sánchez: una joven aspirante a actriz persigue el destino soñado que se le resiste, aprovechando cada fiesta o evento para medrar en la sociedad. En una de tantas, previa a la prohibición, resulta seducida por una fuerza atractiva, irresistible e innominable, y ella sabe y no sabe dónde se mete, dejándose llevar, para acabar como pieza y engranaje del puzzle que firman entidades poderosas, manejadas también a través de hilos invisibles. Clásico del género, ligero y sin riesgo debido a la falta de oposición a lo nefasto (una característica de H.P.), para arrancar la colección.
La casa del este, de Ángel Codón Ramos: una pareja cambia de vida para llegar a un caserón apartado lejos de su mundo conocido. Desdeña el marido el poder emanado por de dicha mansión, aunque ella lo intuye en cada elemento arquitectónico, en los cambios de su amado; diferentes efectos que se van produciendo contados en primera persona, junto con el conocimiento personal que adquiere sobre la vivienda y su anterior morador. Desembocando en lo inevitable. Aceleramos por medio de la esencia pura lovecraftiana, la obsesión, la transformación, la negación a uno mismo, lo que está por encima nuestro. Recordándome además a sai King.
La piel contra las paredes del mundo, por Víctor Conde: los obreros de una mina son obligados al descenso en una galería peligrosa, sin asegurar, y que guarda extrañas leyendas, las cuales acaban por confirmar. Aunque arranque suave el texto y en insignificantes conflictos humanos, cuando bajamos a las entrañas de la tierra, ese grupo de mineros desechados por la humanidad, casi esclavos, son enfrentados a una entidad mayor e ignota, aprovechando la fuerza de la intrahistoria anterior y los motivos de cada cual para luchar o rendir la cordura. El desenlace es brutal, captando sus últimas páginas toda la verborrea y malignidad del homenajeado. ¡Bien!
Sangre en el pantano, de Enrique Dueñas: lo que de inicio es una escena costumbrista a través de un diálogo peligroso, va subiendo sus grados de tensión, para contemplar el enfrentamiento de dos monstruos mitológicos, existiendo, evidentemente, mitologías mucho más fuertes que otras. Este es uno de los textos que me gustaría ver reflejados con más extensión y detalle, ganando profundidad, sobre todo en su último tercio, en la parte sobre cómo llegó hasta allí aquella efigie. La imaginación hace el resto.
Cantos, por Arturo Pulido: una serie de tres cantos en sucesión de sugestiones; pequeños momentos de desolación lírica donde el hombre sucumbe por voluntad ante lo inexorable.
Excelsior, de David Galán Galindo: primero, alabar el homenaje a los referentes en la historia del cómic. ¡Bravo por el autor! Y con el componente de la cena de los idiotas, ya los elementos se conjugan para componer un gran cuento, y solo en sus dos primeras páginas. Después, esa mujer condenada a su existencia miserable, que se revela con personalidad y verbo, apelando a la complicidad egoísta del numen, pues gusta a las divinidades de jugar. Maravilloso escrito manejando lo totémico, y en un venerable reconocimiento tanto al maestro como a los referentes del noveno arte. Hilando la trama para sincronizar Marvel con Lovecraft. Os gustará.
La venerable, por Santiago Bergantinhos: un relato sobre las antiguas tradiciones y cultura china. De cómo dos mujeres, abuela y nieta sin relación consanguínea, impostan ser la Venerable, quien puede verlo y saberlo todo, y su descendiente muchos años mayor. Todo funciona hasta que el capo de la Yakuza les pide una sesión, y les lleva el libro que nadie quiere leer. Ellas ceden al incunable. Lo leen. Todo cuanto sucede después, es una marisma carmesí. Interesante texto como aproximación tangencial a lo lovecraftiano, pues en ocasiones, con una referencia, todo cambia.
Vienen con las nubes, de Amparo Montejano: lo primero y antes de narrar a otra pareja esperando descendencia, ese momento de embarazo en que el humano es más susceptible de verse atacado por númenes de malas intenciones, alabar la manera en que se ha mimetizado Amparo con Lovecraft. Pero no imitando, trayendo su lenguaje ominoso y recargado a nuestro eón, y fusionado con su estilo reconocible. Estremecedor, porque parece lectura de otra época arrastrada a la modernidad y eso, más allá del argumento, asusta. Pues contemplamos el reencuentro que será desencuentro entre hombre y mujer, cada uno con sus prejuicios y secretos, cuando son invadidos por una obsesión melódica instantánea, cobrando forma física, densa; el sonido y letra de una canción para avalancharlos. Y ya digo que, en este caso, si el fondo es magnífico, la forma y el envoltorio lo enriquecen. Además, me encanta buscar palabros en diccionarios.
Al otro lado de la página, por Desiree Bressend: este relato es una espiral, un pozo hacia un abismo descendente de la locura y la necesidad inducida. El personaje intenta resistirse a las voces de un incunable, atesorado en la cámara de seguridad del banco en el que trabaja, pero no puede. Le impelen, y su anhelo crece y crece ocupando toda su mente. Hasta que surge la oportunidad sangrienta, durante un robo, para que todo cambie. Diestro relato, afinado y afilado. Yendo al grano desde su concreción. No tiene mácula.
La ciudad gris, de Sheila Moreno Griñón: el reencuentro de dos amigos en la populosa Los Ángeles, llena de cambios, resulta incómodo debido a lo que dejaron por decirse; por lo que puede que recuerden o no de su último momento juntos. Dentro de esa atmósfera, y saltándose la ley seca en un bar clandestino, la emboscada surge efecto para el visitante que, embriagado, se apresta a narrar la verdad de lo acontecido. Con resultados catastróficos en dicha revelación. Porque esa verdad arrasa. Texto en apariencia simple, pero que, por lo bien perpetrado, ataca a la yugular de la psique.
La pequeña Morales, por Juan Pérez de la Torre: aquí viajamos por el tradicional formato de diario, encontrado por un policía de turbio servicio que lee las vivencias de un detective, el cual a su vez busca a la hermana pequeña de una atractiva mujer. Y, sin quererlo, casi por error instigado, se sumerge en un universo macabro de lujuria y lascivia. Sin ser uno de los grandes textos de la colección, va de menos a más, y ofrece algunas visuales en ese final que estremecen. Además, el giro cuando volvemos al policía, resulta irresistible, y suma puntos al global.
Solo ellos van cuando quieren, de Ángela Pinaud: encontramos el primer escrito protagonizado por infantes, porque los niños pegan muy bien con Lovecraft, aunque no hayan sido utilizados en demasía. Tras perder uno de ellos a su perro entrando en la casa maldita de la bruja equivocada, y comprobar que esta es real, recurre a sus amigos. Juntos embarcan en la misión a otra mujer de mala fama, presuntamente loca, que puede ser el reverso en el espejo de la entidad que habita la mansión. El resto es historia. Tremendamente original, narrado con tino y de digestión punzante. Me han encantado sus muchas aristas junto con el lenguaje y la sensación que deja, pidiendo incluso más extensión y más capas.
Corrupción, por Enrique Dueñas: recuperamos otro formato habitual, el del intercambio de cartas manuscritas. Por medio de un periodista al que han alejado del foco de información tras desvelar turbios tejemanejes políticos en el enésimo escándalo. Y es enviado hacia pesquisas más leves y sensacionalistas, lo demandado por los gerifaltes de la prensa ayer y hoy. Ese caso excéntrico sobre un meteorito aterrizado en una cerrada comunidad le provoca al reportero una zozobra insoportable a medida que se adentra e involucra en la investigación de la roca cósmica inversa. Y la obsesión le lleva a descubrir aquello que amenaza corduras. Un texto pleno de suspense, enigma y con aroma a Noir puro que deleitará al buen aficionado.
Baltimore Carnivale, de Pilar Pedraza: asistimos a un relato totalmente gótico sobre vampiros, con agradecidas referencias a Poe. La contradicción del texto viene cuando una pura sangre del viejo mundo se acerca al nuevo, con el familiar a cargo de la misma más preocupado de los negocios y la política que por la tradición. Y chocan, los instintos, los anhelos, las esferas temporales bien diferentes. Así que la vampira, tremendamente aburrida, empieza su ritual. El texto mece, introduce, y si tuviere cien páginas en vez de diez, nos hubiere dejado igual o más satisfechos. Casi un ensayo, testimonio histórico que arrulla e induce a creer que lo contado es real, aunque me falte algo del componente lovecraftiano puro, habiendo jugado él con sus propios chupasangres.
El autentico McCoy, por Darío Polo: un superviviente, un médico dado al alcohol, necesita contarnos su historia. Narrando como él, un tipo duro, solo estaba buscando emociones, sin miedo a la noche de ley seca en tugurios clandestinos. Arriesgando. Lo que encontró, dentro de esa corriente de muertos que iba dejando la ciudad en caudal, una pista poco explorada, lo descubriréis vosotros mismos. Y mucho cuidado con los “había”. El mal es algo etéreo, un veneno ladrón de esencias, lo cual queda aquí diáfano.
Las pulgas de Dios, de Cristina Martínez García: una joven, marginal por su misma idiosincrasia, que siempre ha sido relegada y burlada de la sociedad por su actitud sincera, conoce a una chica de similares características, aunque más silenciosa e introvertida. Con el tiempo, decide pasar unas vacaciones con ella en su apartado núcleo familiar, lejos de la civilización. Allí se encuentra con otra cultura. Y su curiosidad la lleva a indagar cada vez más allá. Lo que descubre es un atentado contra la cordura. El relato transmite inquietud desde su mismo inicio, amenaza constante para la protagonista. El ambiente y la atmósfera están plenamente recreados. E incluso antes de saber lo que viene, el lector ya ha sido atrapado con inevitabilidad. Mis respetos. De nuevo agradeciendo el tocar una de las leyendas menos conocida para la mayoría.
El piso 68, por Enrique Dueñas: un “nerd” (sin ser peyorativo), de los años 20 empieza a trabajar en una empresa corporativa, con su impresionante rascacielos incluido. Allí, llama la atención de uno de sus más altos empleados, personaje carismático donde los haya, cuyos objetivos convergen y difieren de los de la empresa. Y escogerá a este funcionario como medio para alcanzar su fin. La primera parte del relato es una presentación intuitiva. Después, nos adentramos en los cultos, el brujo y a quién sirve, para deslizarnos hasta el clímax, sorprendente. Buena metodología la que domina este texto, que vuelve a ofrecer otra perspectiva.
La tumba de barro, de Alicia Sánchez: asistimos a un relato sobre la primera guerra mundial. De cómo se desplazan desde Hollywood a Francia para rodar una suerte de recreación adulterada de lo que fue una batalla cruenta, que dejó miles de víctimas en tumba compartida. Tanto la protagonista como el guionista poseen lazos con esas muertes, y comenzarán a sufrirlo; primero ellos, después, todos. Se muestra el dolor de la guerra, tanto en su esplendor magnicida como desde las pérdidas personales de los protagonistas, y que no se asienta en el panteón del maestro propiamente dicho, y sí va tocando hilos de lo perverso aquí y allá.
Lovecraft y los años 20, por Roberto García Álvarez: la firma de un conocedor exhaustivo de Lovecraft nos ofrece un pequeño recorrido tanto existencial como creativo, que nos parece corto, durante los años 20, junto con origen y consecuencias de los mismos. Lo dicho, se nos hacen pocas sus palabras y saber.
Sobre la escritura de ficción extraña, de H.P. Lovecraft: el propio homenajeado hace aquí un pequeño cameo, supongo que vía ouija, quizá por aparición espectral, para explicar su icónica narrativa en disección sobre su metodología escribiendo relatos; fórmula analítica y metódica rayando en lo obsesivo. No deja indiferentes.
Soy muy partidario de estas compilaciones dedicadas a maestros o temáticas mitológicas, que nos traen de vuelta otras narrativas desde voces consolidadas o autores y autoras emergentes en el género leídas últimamente (tal que Clark Ashton Smith y sus Cuentos de Extrañeza, Misterio y Locura o De Tenebris). Ponen de relevancia la buena salud de la literatura de terror en castellano, y el respeto sentido por los maestros y las pesadillas heredadas. En este caso, resulta destacable la cantidad de escritos incluidos en este volumen, lo que aporta más variedad y riqueza a la prosa y las perspectivas para afrontar la literatura de H.P. Lovecraft. Algunos incluso se me han hecho breves, para lo bueno y lo malo, según el caso. Cabe mencionar que me parece tanto defecto como virtud el no contar con los grandes tótems del maestro, llevados al extremo apocalíptico, a los que estamos tan habituados, véase Cthulhu, Nyarlathotep, Hastur… Se echa algo de menos, pero converge en el redescubrimiento de entidades y criaturas paralelas, igual de dañinas para el cuerpo y la mente. Con todo lo contado, he quedado plenamente satisfecho de la lectura ominosa, que toca múltiples los palos de la sociedad y cultura americana de aquellos salvajes años 20.
Acólitos, sectarios y cultistas, ya sabéis.
Pd: ¿será ya el más grande icono de la literatura, el referente mayúsculo, y no solo en el género de terror? No, pero, desde luego, es sobre quien más se escribe (su persona y la continuación de su obra) y a quien más se honra.
Román Sanz Mouta
Redactor
2 comentarios
Me encantó esta antología. Los de Enrique y Amparo me parecieron de los mejores, sin desmerecer al resto. Creo que el ambiente de alegría loca que roza la histeria está muy bien plasmado como transfondo. Todos sabemos lo que había por debajo de tantos bailes y tanta Ley Seca.
F’tang!
Sip, todes lo sabemos… Subyace latente, sueña dormido, nos mira desde su laberinto de zampoñas. Iá Iá!