He visto una película.
Tenía un rato y por razones que al lector ni le van ni le vienen estaba sentado frente a la televisión, sin ánimo de moverme de allí. No suelo ver muchas películas, pero de vez en cuando sí que me gusta echar un rato frente a la caja tonta… (No nos engañemos: es tonta, eh). Le he dado, claro, al botoncito de Netflix y me he ido a teclear incómodamente con el mando a distancia la misma búsqueda de siempre, sempiterna e inevitable: Terror.
Ya solo por las portadas (no por mucho más, ya que no soy de leer noticias ni de estar al día de nada) te vas haciendo a la idea de si las películas que el robot que controla Netflix coloca en ese saco tan grande, Terror, son paparruchas, telemierdas, o, en fin, películas que en verdad no tienen ni que ver con el Terror. A veces la imagen de portada te muestra a unos ridículos adolescentes propios de Walt Disney (como aquellos vampiros veganos que brillaban al sol) y sabes que esa película no va a ofrecerte sino bazofia… Pero otras veces ves algún hermoso cadáver, una fotografía oscura pero que no hace necesario que entrecierres los ojos para comprender qué diablos estás viendo, y lo suficientemente grotesca, ni demasiado atrezo ni demasiado poco, lo justo para que parezca eso, lo que tiene que parecer, un ente malévolo, una criatura dañina, fantasma, muerto viviente, monstruo; ya sabéis de lo que hablo: juzgamos los libros por sus portadas.
Pues en estas estaba yo, juzgando desde mi poltrona, totipotente, totalitario y algo tontamente, sin prestar mucha atención, esperando que Netflix me saltara con su “¿No sabes qué ver?”, pero solo porque me hace gracia; y allí vi ese hermoso cadáver asomado al borde de una pestilente bañera. En efecto: ya la imagen solo te daba idea de la pestilencia inherente al pútrido líquido.
Después mira uno el título: The Grudge. Y nada más, atención, no vaya a ser que los señores (o robots) que se encargan de escribir las supuestas sinopsis de las pelis se pasen de listos, como a menudo sucede, y ya con dos frases te jodan la historia. No leas nunca la sinopsis, igual que hay que ignorar las traseras de los libros.
Pues bien, como decía al principio: he visto la película. No está mal, es más, está muy bien, siempre que uno no ande teniendo expectativas (yo no las tengo, ni las tenía). Al principio de la peli se intuye ya, aunque no queda claro, que se trata si no de un remake, sí de una variación de un tema japonés (luego lo investigué un poco, pero tampoco esto es sustantivo). Lo sustantivo es esto: independientemente de que el director sea un tal Nicolas Pesce, el viejo y bueno Sam Raimi andaba por allí, por los créditos, y entonces se dice uno “aaaah, claro”. Raimi es el Spielberg de las pelis de Terror (y de lo que sea, en realidad), y allá donde mete las narices el asunto se convierte en oro (oro popular), se ocupa el tipo de detalles, como Spielberg, se toma la historia, y el trabajo, en serio: hace Cine, con mayúscula y pensando, además, en el Gran Público, pero sin perder de vista esto que digo: detalles. La fotografía, por ejemplo, es muy buena, y no digo que sea “original”, eh, que ya he hablado otras veces de la mandanga de la originalidad (sé que siempre hago la misma comparación, pero una canción de AC/DC, o de Manowar, es básicamente igual que otra, y que todas, pero a su vez es una buena canción y paradójicamente es única. Lo mismo pasa con este tipo de películas).
Uno intuye todo el rato qué viene después, qué va a pasar, pero no importa en absoluto, si la peli se deja ver; de hecho, esto de ir oliéndote desenlaces y explicaciones es un juego divertido, como nos sucede al leer a Aghata Christie.
La, digamos, catarsis, o esa típica escena resolutiva de peli de casa encantada, flojea un poco, pero bueno, ya hemos dicho que uno va sin expectativas, y sabiendo que no estamos viendo una obra de Lynch, sino el equivalente a una novelucha de kiosco (ya estamos con las obsesiones de Franky) en el mundo del cine. Así pues, queda uno contento, ver a una niña muerta que se cierne sobre una señora al borde de la locura siempre es cosa buena, no me seáis tiquismiquis…
Y tal vez escribo estas cosas positivas sobre la peli sencillamente porque al leer un poco, después, opiniones y cosillas en internet, he visto que en general todos (los grandes, grandísimos críticos) la intentaban dejar a la altura de la mierda, y es que iban con eso que yo no: expectativas. Todos la comparan con la original o hablan de su “desilusión”. Y yo, como buen unamuniano y nietzscheano que soy, debo ir contra ellos, ya sabéis, contra todo: la película me ha gustado. Pero es que cuando yo veo una película, siempre, lo hago como si fuese yo un chiquillo, lo hago con la disposición de ánimo que creo mejor, esto es: quiero dejarme impresionar, quiero divertirme, quiero que me peguen un par de sustos, y si encima después, al apagar la tele y quedarme solo en la oscuridad tengo una mínima inquietud por qué me deparará la tiniebla tras la puerta o por qué pudiera surgir del abismo que oculta el sofá, entonces: ¡santas albricias! Y además: es una hora y media de mi vida, ya con una novela la cosa cambia, jejeje.
Fco. Santos Muñoz Rico
Redactor
2 comentarios
la muerte
Así es, la muerte