Bajo el Dolmen 4 : Todos los caminos conducen a esto

por Francisco Santos Muñoz Rico

He pedido a dos señores cualesquiera del público, es decir: a mis dos hijos, público perpetuo de estos mis desvaríos, que me saquen al azar, con sus inocentes manos, tres libros cada uno de mi biblioteca. Y es que quiero refrendar esto que vengo a decir hoy con palabras de otros (si están en mi biblioteca podéis fiaros de ellos), ya que al fin y al cabo esto va de libros y de escritores. Y como este mi pensamiento a desarrollar es cierto y muy verdadero y de carácter universal, arquetípico y fundacional, no dudo de que encontraré hilo con que tejer mi madeja en libros cualesquiera.

La idea que me rondaba enlaza, en verdad, con mi anterior artículo. Es a consecuencia de este que sigo regurgitando hechos y vomitando certezas: el terror, el miedo, el pasmo, eso que te para o te acelera el corazón, como primer tema que usó, ineludiblemente, el hombre para componer literatura, para contar cuentos, para acaparar, con su voz, la atención de los que le rodeaban, para compartir con ellos experiencias, ideas, sentimientos, angustias… ya sabéis: el Terror como primum movens.

El primer libro que me trae el joven Óliver es Rabia, de Stephen King, y como lo he leído mil veces, me voy directo a la página 122 de mi edición de Orbis Fabri, una que por cierto ya va adquiriendo el título de incunable. Allí leo lo siguiente, que bien, casi, casi, pudiera servir de epítome para la obra:

La locura es solo cuestión de medida, y hay mucha gente, aparte de mí, que siente el impulso de hacer rodar cabezas. Esa gente gusta de ver películas de miedo y acude a los combates de lucha que se celebran en el pabellón de Portland. […] la admiré por expresarlo en voz alta, sin reprimirse; el precio de la sinceridad siempre es muy elevado.

Es cierto que aquí estamos hablando del homo insanus moderno, pero quizá apenas la única diferencia entre este y aquel troglodita que contaba historias a sus colegas alrededor del fuego sea el atuendo, en uno vaqueros, camiseta y gorra de béisbol, en otro unas pieles sin curtir mal anudadas. La locura es cuestión de medida: todos estamos locos, portemos o no portemos una sierra mecánica o un hacha. Una de las fuentes de que surge el terror es esa locura que llevamos dentro, ya sea propia o de nuestro vecino: ahí está, y como bien dice el personaje, la apaciguamos en el Coliseo: nos gusta ver a esos cristianos morder el polvo bajo la pezuña del león. O, si preferís: nos gusta que Jason Statham se cargue a esos cincuenta monigotes que le salen al paso. Lo que vemos lo interiorizamos, lo “vivimos”, nos sentimos dichosamente (se reconozca o no) identificados.

El segundo libro: Babel Dos, de Juan José Plans, al que bauticé como el Ray Bradbury español. Voy directo al comienzo, porque recientemente lo leí dos veces seguidas y mis manos se mueven solas, como corriendo más que mi mente:

Las sirenas, con su canción de alarma, alertaron a la ciudad. Mientras los habitantes buscaban refugio en las entrañas de la urbe, mientras las armas apuntaban hacia aquel lugar del grisáceo cielo por donde se suponía que no tardarían en aparecer los rugientes pájaros metálicos, […], mientras unos esperaban comenzar a divertirse y otros esperaban comenzar a sufrir, un hombre murmuraba:
—Maldito, maldito sea el juego de la guerra.

El juego de la guerra es lo mismo que los combates en el pabellón de Portland, pero a lo grande, nos pilla a todos, pasamos de ser espectadores a actores, claro que por fuerza a unos nos ponen contra la lona (los que van a sufrir) y a otros, gloriosamente, sobre su ensangrentado contrincante (los que se divertirán). Por supuesto, hay una nueva voz: la del hombre que maldice a unos y a otros, la del hombre que se horroriza. Pero no nos engañemos: ese horror surge, casi siempre, del bando de los que comen lona. Esta obra, de haber sido escrita por alguien fuera de España, quizá os la encontraseis tanto como Fahrenheit 451, Un mundo feliz, o 1984. Creo yo.

El tercer libro de Oli es Troll, de Carlos Sisí:

Había visto un monstruo, algún tipo de criatura imposible como las de los libros que tenía en su casa y que tanto disfrutaba leyendo. Un duende, quizá, un ser mitológico sacado de las leyendas populares o de la imaginación de escritores de diversas épocas. Pero eso, por supuesto, era imposible.

Carlos Sisí tiene el don de conectar fácilmente con el lector, con casi cualquier lector, diría yo, y este libro, a pesar de su aparente carácter juvenil no debe engañaros: leedlo aunque seáis ya viejos como yo.
Ya hemos traído al monstruo, tenía que aparecer tarde o temprano, ¿no? Aquí Carlos usa el viejo truco de “por supuesto que esto es imposible”, casi una lítotes, para decirnos que no hay, ni puede haber, nada más real que ese monstruo. En efecto, el monstruo existe, como todos los monstruos, y el hombre cantó antes sobre monstruos chungos que sobre seres de otro tipo: antes de los espíritus de luz fueron los oscuros, antes que las mascotas el Dientes de Sable que se nos merendaba. Y con los monstruos viene la negación, ad nauseam, de los mismos: eso es imposible, le dicen al que viene diciendo que se acerca Godzilla (o “que viene el lobo”). Los monstruos siempre usan esta ventaja en las historias, se camuflan entre las brumas absurdas de la razón del hombre: cuando el protagonista vuelve a abrir el armario no hay nada dentro, y ya está condenado, no va a tener ayuda, no “le cree nadie”, solo él, el monstruo, sabe la verdad: es un baile para dos. Y se camuflan con protervas intenciones: Godzilla, Cujo y Mimic: vienen a por ti, tonto, mientras te debates entre locura o cordura.

Llega el turno de los tres libros del joven Bastian: el primero es Disforia, de David Jasso. Me cuesta elegir una cita porque este libro está lleno de sorpresas y no quiero aguar la fiesta de nadie, pero creo que sé a dónde apuntar, hojeo un poco hasta encontrarlo:

Este es un mundo duro. Las cosas han cambiado a peor, ¿sabes, cariño? Tenemos que estar preparadas y lo estaremos. Tú tienes que aprender a defenderte. Yo te enseñaré.

Haced caso a esta señora: si el mundo ya era un lugar salvaje, duro y peligroso con el viejo Dientes de Sable, ahora lo es más: estamos nosotros, solo tenéis que salir a la calle para verlo. Aquí vemos un mundo futuro horrible que está muy cercano, tan cercano que puede que esté aquí ya y ni nos hemos enterado. ¿Sabéis eso de identificarte con los personajes? Pues yo en esta novela no me he identificado con ninguno, tal vez me pase solo a mí; a pesar de ello, el libro me gustó: es un baile con muchos bailarines muy bien coreografiado.

El segundo libro (Bastian esta vez no ha usado el azar, ha tirado para su monte): Bestiario de H. P. Lovecraft de Enrique Alcatena. Ya tenía que aparecer, después del monstruo, el revolucionario de Providence:

Bailaron insanamente al agudo son gimiente y penetrante

De una flauta resquebrajada aferrada por una garra monstruosa,

De donde fluyen oleadas insensatas que se mezclan al azar,

Y le dan a cada frágil cosmos su ley eterna.

HPL viene a este humilde artículo para decir: los monstruos existen, por supuesto, existían antes de nosotros y existirán después; nosotros somos solo su comida, en el mejor de los casos. En el peor nos van a despedazar por puro aburrimiento. Podemos temerlos o venerarlos, pero la ecuación no cambia, somos un suspiro y como tal vamos a extinguirnos.

El último libro, aquí los dioses han metido mano, este es de los libros más importantes para mí, también mil veces leído, también fácilmente ando entre sus páginas, entre sus ideas: El Rebelde, de Robert E. Howard.

Sí, soy condenadamente egoísta. Habría podido encontrar un empleo en cualquier parte y ahora ganaría cien dólares mensuales, ¡gran Dios! ¿Y qué futuro hay en eso? Perder la vida en un trabajo infecto… ir a trabajar cada mañana, volver a casa por la noche, apartar un poco de dinero y hacer un viaje cada verano, quizá hasta Nuevo México, ¡pero no más allá! Maldita sea, preferiría estar muerto y enterrado. Al diablo con esa vida.

Vemos que Howard se pone en comandita con Lovecraft: ya que somos mierda, ya que somos barro, chandala, polvo en el camino, escoria pasajera, ya que somos la comida de ese inabarcable gourmet cósmico, no seamos, además, tan cretinos de execrarnos a nosotros mismos condenando nuestra transitoriedad fugaz a esta mierda de “trabajo, casa, tele, cinco horas de sueño, trabajo”. Aún diciéndonoslo Howard desde su tumba, no le hacemos caso, y decimos: es que no podemos, la vorágine nos puede… es mejor que le echemos la culpa a esa vorágine del mundo que a nuestra falta de cojones. ¿Queríais terror? Aquí lo tenéis. Ecce homo insanus est.

3 comentarios

Maribel agosto 10, 2020 - 2:56 pm

Me ha traspasado y algo ha quedado dentro de mí. ?

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Orly-wan agosto 23, 2020 - 8:39 pm

Tu si que sabes hacer , que nos carguemos en los pantalones ???.

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Franky agosto 10, 2020 - 3:25 pm

Gracias, Maribel, encantado de traspasarte

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