Ya hace algún tiempo que vienen solicitando, bajo soterrada amenaza (o tal vez no tan soterrada), que escriba un artículo. ¿Qué se puede esperar de un escritor pendenciero que poco tiene que decir? El soniquete de siempre, imagino. Podría narrar con cierto detalle la vida y milagros de algún que otro genio de la literatura, fallecido preferiblemente. Los vivos es mejor no tocarlos, les salen sarpullidos de solo con decir su nombre. Por citar uno que se los rasca hasta arrancarse la costra nombraré a Pérez-Reverte. No es que me importe si se rascan o no, tienen su derecho a réplica y hasta a insultarme.
Estamos en un país libre, aunque puede que esta sea una frase «de película», la realidad es de otra manera; más crepuscular, a lo Cormac McCarthy. Podría escribir sobre él, sobre Cormac, pero es que el tipo me caía bien, allí perdido en sus montañas, aseándose con una palangana y manteniéndose alejado de la prensa, las conferencias y toda la parafernalia que rodea a la industria editorial. Porque, al fin y al cabo, se trata de eso, de una industria. Los libros se fabrican al gusto del consumidor; luego solo hay que venderlos.
Cualquier sector, no solo este, comienza con muchas empresas pequeñas y algunas grandes. El tiempo y el dinero hacen el resto, las pequeñas mueren o son devoradas por las grandes hasta que solo quedan unas pocas que se dan dentelladas entre sí. Creo que estamos llegando a ese momento. Solo que este es un sector peculiar. Todavía hay gente que quiere dedicarse a la escritura, no como afición, sino como una forma de ganarse la vida. Eso está bien, alguno lo conseguirá. El resto al menos habrá creado algo, quizá incluso una obra maestra que también será olvidada, como tantas otras. Pero tampoco quería escribir sobre eso, en realidad, como ya he dicho, no quería escribir sobre nada. Estas palabras son solo una gota en un océano y si a mi no me importa, ¿a quién tendría que importarle?
Supongo que este es mi manifiesto Unabomber. Una filosofía de vida, aunque bueno, no es invención mía, McCarthy ya la hizo suya, solo que yo no renuncio al agua corriente y demás comodidades de la vida moderna. Al menos hasta que me mude a la orilla de un lago de Alaska. ¿Existe un mejor final que ser devorado por un oso? Apenas se me ocurre algún otro. Al menos la mitad de las novelas deberían terminar de ese modo. Cierra de forma coherente cualquier historia y además es sangriento, poco más se puede pedir.
Imagino que, puestos a pedir, podría reivindicar que se terminara de una vez este artículo, pero soy un esclavo de las palabras. Y al igual que cinco mil palabras no forman una novela, doscientas no componen un artículo, quizá alcance a ser un culo, todo lo más. Ahora se me viene a la cabeza el conocido mito de que los grandes personajes se marchan siempre de tres en tres. ¿Quién acompañará a Cormac en su viaje hacia el infierno? Y digo infierno porque es sabido que el cielo no existe. Paul Auster «nos sorprendió» con la noticia de que tenía cáncer de pulmón. Y bueno, hay otros candidatos como Stephen King que, quieras que no, ya llevan en su mochila una pila de años. No obstante, el que más aparece en las apuestas es Martin, aunque siempre escapa a la Parca. El marino quizá haya hecho un pacto con el diablo: podrá seguir con vida mientras no termine la saga Canción de hielo y fuego. Pero seamos realistas, a estas alturas, ¿quién necesita un final para esa historia? Sus lectores se han olvidado ya de ella. No de forma voluntaria y meditada, sino del mismo modo en que la Nada de La historia interminable lo devoraba todo. Nadie piensa en el trono de espadas.
Ahora que lo pienso, puede que quede alguien al que no haya contrariado, de todas formas, tampoco conozco a tanta gente. Espero me perdonen por no citarlos ni meterme con ellos. Hablaba antes de la industria editorial y creo que sucederá como con los videoclubs; de repente nadie los necesitará. Me explico. En un mundo tecnificado en el que leer se ha convertido en un lujo, no por el precio de los libros, que hoy en día valen poco menos que nada, sino por la atención ─esta sí que escasea─ que requiere la lectura, es una cuestión de tiempo que los lectores se conviertan en un mito equiparable al del Minotauro. Cuando esto suceda, no habrá industria que soporte tal cataclismo. Así será como escribiremos ─los que lo hagamos─, para nosotros mismos, sin importarnos si alguien nos lee o no; y sabremos que nadie lo hará. Pero disculpadme, siempre he pecado de exceso de optimismo.
Creo que voy a despedirme ya. Si a alguien le resultó interesante o, simplemente, ha llegado hasta este punto, solo puedo decirle que hay gente para todo. Ahora me recluyo de nuevo en mi cabaña, a orillas de un lago que la sequía ha convertido en apenas un charco. Espero haber aplacado la sed de cuatro amigos a los que les gusta verme escribir como quien ve a su sobrino jugar en unos columpios.
C. G. Demian
Redactor, El Centinela
10 comentarios
Ese centinela ya estaba tardando mucho en salir por aquí.
Por aquí no sé, pero el martes nos vemos xD
Apasionante. No podría estar más en sintonía. Un abrazo.
Más cerca del lago en Alaska.
Abrazo frontal.
Me ha encantado este artículo. Escrito con personalidad y sentimiento. Con corazón y algo de bilis.
Bravo!
Y, ¿ahora qué digo yo?
Prego!
Me gusta, creo.
Bueno, lo sé.
Tal vez algo corto de ensañamiento, para lo que esperaba.
A ver si antes de que te coma el oso escribes otro artículo.
Tampoco hay que empalagar a los lectores, quizá el año que viene.
Iré practicando el ensañamiento mientras tanto.
tú lo que quieres es que me coma el oso, que me coma el oso, mis carnes sabrosas.
etc
te visitaré en Alaska
No, que te coman los tiburones, que tu eres de sol y playa.