Semana de los bosques: Shub-Niggurath: ¿Señor de los bosques?

por Francisco Javier Olmedo Vázquez

Si preguntáramos a un historiador por el elemento geográfico que, a lo largo de los múltiples siglos y las innumerables culturas, más ha despertado la curiosidad y el temor, por igual, en el hombre, y que con esmero ha nutrido la imaginación de narradores y cuentacuentos de monstruos y quimeras; muy posiblemente, su primera respuesta sería la mar.

¡La mar!

De su inalcanzable término se alimentó el espíritu de los navegantes, ávidos de tierras vírgenes y orillas inexploradas; se describieron del lado opuesto de su horizonte gigantes serpentinos como Jörmundgander, el que trazaba las lindes del mundo y disuadía a los marineros más osados de acercarse hasta ellas; se poblaron sus profundidades de seres inverosímiles como Caribdis o el Kraken, como el Leviatán o el Mordawr, las sirenas, las makaras o los hipocampos, y también de dioses inhumanos como Poseidón, Tritón, Neptuno, Escila, Dagon o Cthulhu.

La mar…

Pero, ¿y si le pedimos al cronista que nos señale una alternativa diferente a los océanos? Entonces, muy de seguro, te hablaría de los bosques. Porque no es el desierto el hermano terrestre del mar aunque su inmensurable magnitud o su ondulante devenir así nos lo haga creer. Lo es el bosque.

¡El bosque!

El bosque es fértil y puede ser profundo e insondable, como lo es el mar.

El bosque despierta la curiosidad y alimenta la inventiva, como lo hace el mar.

El bosque da cobijo a criaturas improbables y a seres de crueles instintos, como ocurre en el mar.

También lo pueblan dioses asombrosos como Artio, Humbaba, Mielikki, Artemisa, El Wendigo (Ithaqua, según el contexto), o la entelequia inconcebible que pone nombre a este resumido artículo: Shub-Niggurath, La Cabra Negra de los Bosques y su Millar de Retoños. Porque, ¿le hace acaso justicia ese título? ¿Es cierto que tan popular deidad de la cosmogonía lovecraftiana es un habitante de los bosques? Para decepción de los practicantes más fanáticos, la respuesta se resuelve como un rotundo no.

Shub-Niggurath © Borja Pindado

Uno de los datos más curiosos, si cabe, en torno a la figura de Shub-Niggurath y su relación con los bosques, es que esta ha surgido mediante deducciones fundamentadas en anotaciones sobre relatos de otros autores y atribuciones a su fértil naturaleza, más que por una mención explícita de su mismo creador, Howard Phillips Lovecraft (La última prueba, 1928). De hecho, Lovecraft tan solo lo vincula a los mantos forestales en una única ocasión bajo el título de «Señor de los Bosques» en el relato El que susurra en la oscuridad (1931), siéndole otorgado en realidad este epíteto a «La Cabra Negra», que no al propio Shub-Niggurath, pues, según se recoge en el ensayo The Question of Shub-Niggurath (1985) de Rodolfo A. Ferraresi, el autor concibió a la deidad y a su apodo como dos elementos perfectamente diferenciados, si bien el segundo podría considerarse a todas luces como un avatar del primero (Más allá de los Eones, Lovecraft y Heald, 1935). Resulta, por tanto, que Shub-Niggurath no es autóctono de los bosques per se, al igual que tampoco Nyarlathotep gobernó las tierras de Egipto como faraón ni Hastur fulminaba la cordura de los espectadores que asistían ingenuos a tan demencial obra de teatro. Eran La Cabra Negra y su Millar de Retoños, Nefrén-Ka, y El Rey de Amarillo, respectivamente, los que se personificaban en nuestro mundo exiguo para escuchar (o, más bien, subyugar) a sus ignorantes adoradores.

Cierto es que, a día de hoy, la morada habitual de Shub-Niggurath sigue siendo un misterio irresoluto. Algunas hipótesis ubican su morada en la superficie del planeta Yaddith junto a la raza servidora de los dholes. Otras, por el contrario, afirman que la Cabra Negra de los Bosques apareció en la Tierra con el propósito de construir la ciudad de Harag-Kolath en una caverna ignota en la parte más austral de la Península Arábiga (Los Señores del Dolor, Richard L. Tierney, 1997), aseverando que la ciudad mencionada podría hallarse vinculada interdimensionalmente con el propio Yaddith. Para avivar aún más la ya de por sí agitada controversia, en algunos textos se le posiciona en la misma corte de Azathoth, o incluso en un plano de existencia alternativo.

Shub-Niggurath © Zarono (The house of the Necromancer)

Shub-Niggurath se convierte, por tanto, en una de las deidades más discutidas de los Mitos a causa de la gran variedad de aportaciones a su trasfondo que han venido gestándose a lo largo de los años desde muy diversas fuentes. Claro ejemplo de ello se descubre en el modo en el que algunos textos señalan a Shub-Niggurath como un ente de género masculino (El que susurra en la oscuridad, Lovecraft, 1931), mientras que otros lo refieren en términos femeninos, concediéndosele incluso el título de Magna Mater (Las ratas de las paredes, Lovecraft, 1923) como ya hicieran otras civilizaciones históricas con la diosa Cibeles, Atys o Lilith. Esta divergencia de criterio resulta una característica muy habitual en la narrativa de horror cósmico gracias a la intencionada indescriptibilidad del imaginario que introducimos los autores al alimentar la mitología.

No obstante, no debemos olvidar que, más allá de una simple y traviesa elucubración, el gesto de atribuir taxativamente una diferenciación sexual a una deidad del panteón lovecraftiano suele terminar derivando en un acalorado debate entre los más puristas y conservadores de este subgénero tan intoxicado (dentro de los cuales se incluye el redactor de estas líneas), y los más liberales. Los diferentes relatos póstumos que han ido enriqueciendo el corpus de Shub-Niggurath hasta nuestros días, influenciados poderosamente por la distorsión maniqueísta y pseudohumanizada que Derleth provocó en los Mitos, han osado llegado incluso a desposarlo con otros dioses como Yog-Sothoth o Hastur con el monótono y recalcitrante propósito de engendrar a nuevas deidades que heredaran sus legados (Ithaqua, Zhar, J’Zahar y «Los gemelos malignos» Nug y Yeb son algunos ejemplos), así como a otras razas menores (los Retoños Oscuros serían frutos nacidos del germen de Hastur).

Lord Dunsany

 

La relación de Shub-Niggurath y los bosques se adivina en primera instancia en el que se intuye (pues no quedó explicitado en ningún momento) como el ser que sirvió de inspiración a Lovecraft para crear a la deidad que protagoniza este artículo. Hablamos de Sheol Nugganoth, un dios de los bosques mencionado por Lord Dunsany en su relato Días de ocio en el Yann (1910). Además, se recoge en el Libro de Eibon que una de las condiciones insustituibles dentro del ritual para convocar a uno de sus Mil Retoños (que no al propio Shub-Niggurath) es que la ceremonia debe realizarse en las profundidades más oscuras de un bosque durante una noche de luna nueva:

«Eso es lo más cerca que pude llegar. Las fauces eran como hojas y todo él parecía un árbol mecido por el viento, un árbol negro preñado de ramas que llegaban hasta el suelo y una incontable multitud de raíces rematadas por formidables cascos. ¡Y esa baba verde que se escapaba de su boca y resbalaba como savia por sus patas! Llegó arrastrándose por la ladera hasta el altar y el santuario, y era la misma cosa negra de mis sueños, esa cosa negra, untuosa, viscosa y gelatinosa que salía del bosque. Se desplazó hacia arriba y fluyó sobre sus cascos, sus bocas y sus brazos serpenteantes. Y los hombres se inclinaron y retrocedieron, y luego llegó al altar donde había algo retorciéndose encima, retorciéndose y gritando».Cuaderno hallado en una casa deshabitada. Robert Bloch, 1951.

Retoño Oscuro, © DL Oliver

Como colofón a esta exposición, cabe mencionar también que la fertilidad de Shub-Niggurath sobre la que se sustenta su tergiversado género femenino se deduce del engendramiento de los Mil Retoños que el mismo dios alumbra separándolos deliberadamente de su ser, y que a él mismo retornan en un ciclo sin término, agónico y perverso. Esta suerte de mitosis aborrecible se aprecia como una característica igualmente observada en otras deidades de la cosmogonía lovecraftiana (a las que no se asignó sexo alguno) como Abhoth («La Fuente de inmundicia»), Ubbo Sathla («El Origen Ingénito») o G’hlak (el «Dios de la Carne»); sin embargo, a diferencia de los anteriores en los que sus vástagos se adivinan como un residuo irrelevante de su propia naturaleza, los retoños de Shub-Niggurath son adorados por multitud de cultos de todo el mundo y usados en ocasiones como medio de comunicación directa con la Magna Mater.

En definitiva, en los bosques, al igual que ocurre con el mar, aguardan seres de naturaleza muy al margen de nuestro limitado juicio, de propósitos que se dibujan más allá de los límites de la razón y a cuya infame progenie debemos rendir pleitesía con el único y firme deseo de resultar los primeros en la extinción durante el Juicio Final, pues no debemos ceder al engaño y olvidar que no somos para ellos más que un borrón inconcluso en los infinitos mapas del tiempo.

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