XXXIII Club de Lectura de Terror: LA CASA INFERNAL

por José Luis Pascual

Una de las deudas pendientes, que llevábamos arrastrando casi desde la creación del Club de Lectura, era La casa infernal de Richard Matheson. Después de leer, hace ya un tiempo, Soy leyenda, había ganas de entrar en la misteriosa mansión Belasco y sumergirnos en su misterio y en su creciente perversión.

Es la hora de presentar las conclusiones de esta edición del Club de Lectura. Incluimos la opinión breve de varios miembros del Club para terminar, como es habitual, con el debate que tuvo en lugar el pasado 22 de mayo.

Esperamos que os guste.

Los miembros del club hablan:

La casa infernal, publicada en 1970, nos trae al presente el sabor clásico de terror de casas encantadas y un recordatorio del cine B. De hecho, es un libro muy cinematográfico con potentes imágenes que se repiten como si pidieran ser incluidas en un guion. Algo que ocurrió en 1973 en una película dirigida por John Hough y guionizada por el propio Matheson.

Los cuatro personajes principales encerrados en la casa representan una escala de grises que va desde el escepticismo ante la existencia de espíritus del Dr. Barret hasta la comunión con los mismo de la médium mental Florence Tanner.
Fisher, médium físico y que logró salir vivo de la casa y Edith, la mujer del científico, representarán la duda o la posibilidad de que el más allá pueda ser real.

Después de 50 años, algunos enfoques de esta novela han envejecido mal, se han quedado acartonados en un pasado con roles sociales muy rígidos. De hecho, se puede entrever cierta intención del autor por rebelarse contra esto, pero resulta muy vaga. Sin embargo, todo esto no impide que sea un gran clásico del terror y una buena novela.

Susana Calvo

La Mansión Infernal es una obra aparentemente sencilla, una novela relativamente corta de casas encantadas, subgénero del terror que ya contaba con una tradición asentada en el momento en que Richard Matheson lo abordara con esta obra (año 1971). Pero bajo la aparente sencillez de su estilo claro y directo, su narrativa ágil o su pertenencia al género más clásico (incluso pulp) se esconde un artefacto que homenajea a sus referentes de manera ingeniosa e introduce al lector en la novela (en la casa, en realidad) de manera maquiavélica.

El homenaje a la Hill House de Shirley Jackson se hace evidente desde el mismo título, del que solo necesita alterar una vocal para establecerse como obra independiente. Pero la ambición de Matheson no es solo homenajear, sino también partir de la ineludible novela de Jackson para erigir un nuevo «Everest de las novelas de casas encantadas», cosa que, vista la obra en su contexto histórico y social, consigue sobradamente.

El autor parte de la ambigüedad presente en La maldición de Hill House respecto a los fenómenos sobrenaturales, canalizándola en la figura de la médium Florence y enfrentándola al miedo (su compañero Fischer, psicológicamente mutilado tras una visita anterior a la casa Belasco), al escepticismo (el Dr. Barrett) y al objetivismo (la señora Barrett), pero esta trama no es más que una excusa para dotar de una línea narrativa a lo que es en realidad un ejercicio metalingüístico a cerebro abierto que dejaría una influencia insoslayable en el subgénero.

Matheson supera el peso de Hill House danto una vuelta de tuerca más hacia la abstracción y forzando así el engranaje narrativo hasta el límite, porque si Jackson introducía la ambigüedad Matheson introduce el vacío, el vacío más absoluto como componente narrativo, dando un salto mortal sin red y marcando un hito a partir del cual ya nada volvería a ser como antes.

Efectivamente, Matheson despoja a su prosa de descripciones y abandona a sus personajes a un paisaje de ausencias, en el que la casa surge como «un acantilado fantasmagórico que les cerraba el paso» (o desde el que caer al abismo, me permito añadir) y se constituye como un recipiente vacío. Los personajes acceden a una total oscuridad, en la que no se percibe nada, en la que se nos escamotea deliberadamente la información (Fischer, el único superviviente de la casa, evita contar qué ocurrió allí, retrasa su exposición, no participa, se excluye) y en la que avanzamos a ciegas junto con los personajes, teniendo que llenar, como ellos, la casa de habitaciones, muebles, pasado y presencias. Es el momento inicial de la novela, cuando se nos presenta la casa Belasco, y que constituye la cima de la novela para este lector, en el que participamos con los personajes en crear la ficción de la mansión. Allí Matheson construye desde la ausencia y deja todo a la imaginación del lector. Leer para creer.

Más tarde descubrimos el pasado de la casa, en el que Belasco, un personaje en cierto modo inspirado en Aleister Crowley («solo creía en la voluntad», nos dice Fischer) se erige como un dictador que pasaría sus días en la casa explorando los límites absolutos de la depravación, para terminar abocando a sus invitados a la degeneración y la muerte, como el príncipe Próspero en su abadía.

En la peripecia posterior, Matheson se mueve con fluidez entre cuatro puntos de vista distintos. Cada uno de ellos tiene sus propias motivaciones y emite sus juicios sobre el resto de personajes, siendo sus actos consecuentes con todo ello.

La obra contiene algunas de las constantes de la obra de Matheson, que tan bien reflejan los conflictos de la sociedad de la época, como el cuestionamiento de los roles de género (esa masculinidad en entredicho en la relación entre el doctor y su esposa) y el papel del racionalismo. En este sentido resulta bastante interesante el personaje del mismo doctor que nunca se cuestiona la existencia del hecho sobrenatural en sí, sino la naturaleza de su agente, lo que constituye la raíz del conflicto con la médium.

Alrededor de la mitad de la obra la narración se estanca en este conflicto y en la confusión a la que se ve sometida Florence, pero en el último tercio Matheson sube las revoluciones y resulta ya imposible cerrar el libro hasta su resolución. En este último tercio se presentan escenas que luego veremos repetidas en la siguiente gran iteración del subgénero: El resplandor, de Stephen King.

De esta manera, Matheson recoge la tradición y la tremenda influencia de Shirley Jackson y transforma todo ello en una novela nueva, moderna y sorprendente que dejaría su influencia también sobre las obras venideras.

Bernard J. Leman

En un pequeño párrafo inicial, Richard Matheson anuncia su verdadera intención: actualizar el gótico. ¿Cómo lo hace? Allí donde Stoker trasladaba a Jonathan Harker en carrozas por un tortuoso trayecto, Matheson escoge una limusina para mover a sus personajes. 

Lo siguiente es introducir la ciencia como barrera de lo fantástico. Cierto es que uno asiste con asombro a la sucesión de pasajes en los que las manifestaciones sobrenaturales cobran cuerpo (a veces literalmente); pero el de Nueva Jersey nos lo muestra todo a través de los ojos del gran escéptico, el doctor Barrett. El resto acepta, duda y teme, pero Barrett se muestra impertérrito ante el misterio. Ese enfrentamiento, vertebral durante toda la novela, es lo que fortalece la trama y convierte ese gótico clásico en algo mucho más moderno y hermético. 

El ritmo, vertiginoso ya desde las primera páginas, no ofrece tregua al incauto lector. Quizá se necesite algo de aire, unos mayores espacios para la pausa, pero Matheson decide sustraer cualquier atisbo de aburrimiento para abrumar y sofocar a sus criaturas. En cambio, es en uno de los momentos narrativamente calmados, la descripción del pasado de la casa Belasco, donde la obra se alza sobre sí misma. La sugerencia primero, y la explicitud después, despliegan un creciente nivel de perversidad y decadencia, logrando por momentos alcanzar un grado inédito de surrealismo por lo chocante y brutal de lo narrado. Me encantaría leer una precuela que visitara esos pasajes que se nos anticipan aquí. 

Quizá la intención del autor era homenajear La maldición de Hill House, pero el resultado es, como decía antes, una actualización que mejora en todo la obra de Jackson para elevarse como una de las cumbres del gótico moderno. Posiblemente haya sido ya superada, pero La casa infernal debe descansar en un mausoleo exclusivo y de difícil acceso: el de las grandes obras de terror.

José Luis Pascual

Daniel Piniella

Para concluir, os dejamos con el debate realizado en directo el pasado 22 de mayo, que contó con la participación de Susana Calvo, José Manuel, Miguel, Jota y un servidor. Esperamos que os guste.

Próxima lectura: La casa infernal (Richard Matheson)

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