En diciembre de 1893 muere Sherlock Holmes, enfrentándose a su peor enemigo, el profesor Moriarty, en las cataratas de Reichenbach, Suiza. Una muerte heroica, pues se llevó consigo al malvado profesor, librando así al mundo de una de las peores organizaciones criminales existentes.
Y sin embargo, a día de hoy, diciembre de 2023, mientras yo escribo estas letras, alguien está trabajando en un nuevo relato de Holmes. Un cuento corto, un guion, una novela… no lo sé, pero apostaría mi tatuaje a que alguien lo está haciendo.
Está claro que nos gusta contar historias, y está claro que nos gusta “recontar”. Holmes, Drácula, Bond… son algunos de los personajes más versionados, homenajeados y copiados de la historia de la narrativa. No son los únicos, por supuesto. Ni los homenajes son siempre buenos, ni las copias siempre malas.
Creo que todos los escritores empezamos como imitadores. Leemos, nos gusta lo que leemos, queremos hacer algo parecido. Contar historias que causen las sensaciones que otras han causado en nosotros, que asusten, exciten, inciten… emocionen como nosotros hemos sido emocionados.
Después sólo es cosa de tiempo, trabajo, aprendizaje, entusiasmo y sacrificio el encontrar una voz propia, contar historias que merezcan la pena por sí mismas, por ser nuestras. Parece que no siempre es ese el objetivo. Ahora, y en toda época, hay quien basa su carrera literaria en el refrito. Si crear una buena historia depende del argumento, de la fuerza de los personajes y del lenguaje empleado para contarlo, la cosa se vuelve más fácil cuando el personaje ya tiene todo el prestigio y el lenguaje es una copia más o menos actualizada del usado por el escritor original. La escasez de ideas, de capacidad para inventar, es uno de los grandes motores del refrito.
Pastiche alemán de Sherlock Holmes
Menciono a Holmes en el título del artículo porque creo que es uno de los más versionados, pero desde luego no el único. Ni la ausencia de ideas es el único motivo para hacerlo. Tiempo atrás decía alguien en una red social que debería reescribirse El señor de los anillos convirtiendo a Gandalf en un personaje femenino, buscando potenciar el papel de la mujer en la literatura, huir de la princesa que espera ser salvada por el caballero y demás clichés. Argumenté que la obra de Tolkien tiene personajes femeninos poderosos, de mucho peso en la acción, y conversamos sobre ello. Cuando dije que vería más meritorio escribir una nueva historia que transmitiera esos valores y no cambiar de manera radical lo ya escrito, esta persona me dedicó algunos epítetos poco amables y dio por terminada la conversación.
Mantengo mi opinión. La intención de transmitir determinado mensaje, sea el que sea, no legitima que borremos una obra literaria original reconvirtiéndola en algo diferente, adecuado a nuestras intenciones. Daríamos pie a un mundo literario terrible y obsceno, en el que alguien convierte a Gandalf en mujer para potenciar el papel positivo de las mujeres en la literatura y la sociedad y, al mes siguiente, otro lo hace con Sauron inspirado por el objetivo contrario.
O en el que Fulano de Tal reescribe Los pazos de Ulloa convirtiendo en heterosexual al sacerdote Julián Álvarez, destruyendo así la esencia de lo contado y el análisis y crítica social que pueda contener.
O una reedición en la que Guy Montag piensa que leer es contrario al orden establecido, que es peligroso, y decide denunciar al profesor Faber y a Clarisse MacClellan como terroristas que atentan contra ese orden.
Sólo son ejemplos. Cualquier otro aspecto social y político de una obra puede verse igualmente comprometido cuando el refrito tiene la intención de potenciar valores que, por muy legítimos que le parezcan al revisionista de la obra, no dejan de ejercer una censura sobre esta. Una censura, como todas, cobarde, pues no se atreve a enfrentar el debate, y perezosa, puesto que no realiza un trabajo original y propio en defensa de esas ideas que considera necesarias.
Aprovechar el tirón de éxitos ajenos o jugar con las ideologías son sólo dos de los motivos para producir refritos.
Por supuesto, hay obras que homenajean a los llamados clásicos con acierto y solvencia.
¿Cuál es la diferencia? Bueno, mi punto de vista es simple. Una cuestión de identidad. Si el nuevo autor tiene identidad propia, intención propia, un mensaje, y no se ha quedado estancado en la imitación, en el refrito, pues estupendo. Lo triste es, siempre según mi opinión, que queramos convertirnos en escritores por el camino fácil. Vendiendo un personaje que ya está vendido. ¿Tanto miedo nos da buscar nuestra propia voz, nuestro propio Holmes? ¿Nos sentimos tan incapaces de llegar a los lectores con nuestro trabajo que tenemos que usar ese recurso? ¿Podemos aspirar a que nos consideren escritores cuando nosotros mismos nos relegamos al papel de copistas?
Creo que hay gente que se llama escritor y que no pretende escribir, sino tener un libro escrito, publicado. Es una diferencia brutal, creedme. O no me creáis.
Quien quiere escribir busca contar, desarrollar y desarrollarse, busca esa historia que marca diferencia, que aporta valor, aunque sea el del puro entretenimiento, que no es poco. Quien quiere tener un libro en la estantería aporta a la literatura y a sí mismo un valor muy limitado. Legítimo, si quieres sólo decir “pues he escrito un libro”. Pues yo ayer hice lentejas. Vamos, que lo que has hecho lo hace mucha gente a diario. Que no eres especial por copiar, por refreír, por requeterreversionar, si no tienes algo que aportar.
Mucha gente piensa, y no digo que le falte razón, que al refreír obras consolidadas se amplía ese mundo que alguien creó más allá de la capacidad del autor original. Por supuesto. Lo amplías como tú crees o imaginas que debería ser. Que es, más o menos, lo que decía yo antes que da origen al escritor. Imitar hasta encontrar la voz propia. Por tanto, cabe que nos preguntemos dónde está el límite entre aportar y copiar, entre falsear y engrandecer. Ese es el debate, o uno de ellos. Hay que ser capaz y maduro para dejar de lado las opiniones de proselitistas de toda índole, de lectores, críticos, editores e idiotas como el que firma este artículo, y preguntarse a uno mismo qué es legítimo y qué no. Preguntarse a uno mismo si eres un loro de repetición, un espacio vacío que hace eco, o alguien con algo que contar.
J. D. Martín
Redactor, Forjador
3 comentarios
Buenas reflexiones. Coincido.
A mí cada vez me gusta más imitar, y cada vez me salen mejor las imitaciones. Me divierte. Por supuesto: es un ejercicio literario, en mi caso, digo; cuando se trata de otra cosa… ay, desconfiemos. Y quien dijo lo de reescribir a Gandalf como Gandalfia, es idiota.
Pienso en el límite. Pienso en El Ancho Mar de Los Sargazos, de Jean Rhys; y pienso en Rebeca y Rowena, de William Makepeace Thackeray.
Y pienso en las acusaciones de plagio a Oscar Wilde y su defensa:
«[Cuando] veo un tulipán monstruoso con cuatro pétalos maravillosos en el jardín de otra persona, me siento impulsado a cultivar un tulipán monstruoso con cinco pétalos maravillosos, pero esa no es razón para que alguien cultive un tulipán con solo tres pétalos».- Oscar Wilde.
Bienvenidos sean los tulipanes de cinco pétalos.