Bajo el dolmen 8: Paralipomena

por Francisco Santos Muñoz Rico

He escrito este artículo ya unas cuantas veces: veréis: simplemente le puse el título, y entonces pasó, no sé, cualquier cosa, me llamó mi hijo, era la hora de hacer de cenar, hubo una explosión… y ahí se quedó, en el título y dos ideas que me rondaban.

En los días siguientes, mientras conducía, mientras trabajaba, limpiando la piscina o en el jardín, recortando matorrales y arrancando malas hierbas, volvía al artículo, ya sabéis, mi monólogo mental, mi sempiterna escritura, mi artículo inacabable para un público inexistente. Por fuerza varias de las cosas que he pensado, que he escrito mentalmente, se van a quedar fuera, es decir: son paralipomena. Igual no está de más, por si acaso, dar una sucinta explicación de qué es esto de paralipomena. Yo conocí el término con Shopenhauer, supongo que como casi todos. Daré una regla mnemotécnica, como suelen llamarlas: paralipomena es paralabasura. Aquello que queda fuera de una obra, en general, por el motivo que sea.

Así, a bote pronto, o a la voz de pronto, que significa lo mismo, se me ocurren inmediatamente dos paralabasura de dos escritores superventas: Stephen King y Neil Gaiman. Los recortes fueron cosa, cómo no, de los editores, con aquiescencia, claro, de los escritores (recuerdo el caso de Gaiman de manera vaga, me perdonaréis que recurra sólo a mis archivos memorísticos). 

¿Habéis leído Salem´s Lot? Sí, ¿verdad? Pues Sai King iba a incluir un capítulo en que un personaje bajaba a un sótano y se lo encontraba infestado de malévolas ratas, esos seres que acompañan a Drácula en tantas ocasiones. Esos seres que a la mayoría de nuestros conocidos causan repulsión, los seres de la noche los llaman a veces. Era una escena para ponerte enfermo, y a mi parecer hubiera quedado bien, pero es que yo no soy nada timorato. Si bien es verdad que King dice algo así como “sí, tenían razón, era una escena un poco chunga”, no es menos cierto que perdió el culo para incluirla como apéndice en una edición especial de la obra en cuestión. No se va a poner ahora a trastocar un libro de hace treinta años, claro, pero imagino que quería darnos ese regalo a todos los Lectores Constantes, ya que sabía que nos iba a encantar.

Edición de Salem’s Lot en la que se incluye la escena eliminada.

¿Habéis leído American Gods, sí, verdad? Pues es la misma historia. Más o menos. Aquí anda metida la moral, ay, la moral, desde luego, judeocristiana. Gaiman había escrito una escena en que aparecía otro dios, uno cualquiera, según la línea de la obra, pero la obra iba dirigida al mundo, y en el mundo no se trata de un dios cualquiera. En efecto, el mismísimo Jesús, el nazareno. Gaiman eliminó la escena, y aquí sí que podemos ya llamar a alguien timorato. Es un poco desagradable asistir a que un grande como Gaiman suelte: “no, mejor quito esto, vaya a ser que se enfaden los cristianos”. Yo no me enfado cuando usan a Thor como una especie de héroe infantil imbuído de la dicotomía esa atrabiliaria del bien y el mal, o si pintan a Satán como un tío rojo con perilla y cuernos, de hecho me parece bien, me parece gracioso: pero cuidémonos de los cristianos, que no se nos enfaden, ni ellos ni los otros dos grandes grupos religiosos, ay. Es tirar el arte a la basura (paralabasura) por la religión. Lo comprendo, Neil, pero sigue siendo una mierda. De cualquier manera Gaiman hizo lo mismo que King, la incluyó como apéndice en una edición especial y Santas Pascuas (uy).

Hay otras paralipómenas, que por cierto, escribiremos con o sin tilde, como nos plazca, nadie va a regañarnos; hay otras que conocemos como escenas eliminadas; en cine, escenas eliminadas, en literatura, paralipomena. Todos recordaréis cuando se proyectó en cines después de treinta años, o algo así, El Exorcista. Sí, es la misma historia: edición especial con “escenas eliminadas”, o “el metraje original”, “director´s cut”. Esa Reagan bajando la escalera en guisa de araña demoníaca humana. No podíamos perdernos eso, hay que degustar esas paralipomenas.

Cuanto más te guste un autor más valioso te resultará uno de estos tesoros, un capítulo olvidado, un poema a medias. Un verso que nunca se usó. Los lectores de Tolkien estamos acostumbrados a leer este tipo de cosas, la obra de Tolkien se compone de retales. (Por supuesto, y hablando de que nadie nos riña, hago uso del término griego como me place, lo estiro o lo achato hasta donde yo quiera). Tolkien no tenía ordenador, igual reescribía cincuenta páginas cambiando sólo nombres, Melkor por Morgoth Bauglir, verbigracia, o un par de aseveraciones de un personaje. Pero lo volvemos a leer todo con pasión, ¿no es cierto?

Yo pertenezco a la raza maldita de los escritores independientes, de los autopublicados, y por tanto lo que desecho lo desecho porque no es digno, simplemente, no porque ofenda o escandalice. Es casi mi única prerrogativa como creador, en fin. Pero ojo: Miguel Ángel Buonarrotti no tuvo esta libertad mía, tenía al Papa encima, por ejemplo. La vieja pescadilla que se muerde (y se hace daño) la cola: me pagan por hacer arte, pero debo ceñirme al gusto y criterio del que me paga, por tanto lo que hago me desagrada… es una situación que se repite y se repetirá. Al cabo Buonarrotti tenía lo mismo que tengo yo: un trabajo para ganar dinero, de hecho él odiaba pintar, lo que le gustaba era esculpir. Aunque gente como Miguel Ángel, u otros que vivían y creaban bajo férreas batutas movidas por el antojo de engendros estúpidos, podían recurrir siempre al cifrado, al doble sentido, a ocultar algo poniéndolo a la vista: forma parte del juego. Un poema erótico se convierte en un canto a Dios con la adición de un par de palabras… cualquier catedral pagada por un Papa es un diccionario pagano lítico.

De cualquier forma todos estamos sometidos a la misma ley, que ya que he mencionado a mi admirado Buonarroti, enunciaré con sus palabras parafraseadas:

“Tras ser feliz muchos años, una única mínima hora es capaz de forzar lamento y dolor en el hombre”.

Miguel Ángel también tiene, como Tolkien, tesoros que se van desenterrando poco a poco y que van maravillándonos cada vez más.

Hemos hablado de “aquello que quedó fuera”, pero existe otro fenómeno que le va parejo: “aquello que fue añadido”. En la fantástica obra de Mary Shelley Frankenstein metió bastante mano Percy Shelley. Cuando leemos el primer borrador, sin adendas ni enmiendas de Shelley, nos quedamos maravillados. Vemos el diamante bruto y nos imaginamos el trabajo de pulido, de eliminación de escoria. A mí esto me está poniendo a tono. Pero es que somos fetichistas literarios aquí bajo mi dolmen, no temáis mostraros como sois en mis dominios.

Ya que ando, pues, cachondo, no puedo dejar de mencionar otro fenómeno aún, “aquello que nunca podremos sino imaginar”. Cuando el bueno de Stevenson escribió su Jekyll y Hyde cometió la estupidez de enseñárselo a su mujer, la cual, otra timorata, le dijo: “quema esto, por Dios, es horrible”. Se cuenta que el muy tonto y calzonazos lo tiró al fuego allí mismo, a su chimenea, y que durante las semanas siguientes no pudo descansar hasta volver a escribir la historia. La cosa es que en esta ocasión a la mujer no le horrorizó tanto. Tal vez la primera versión estuviese escrita en primera persona por Jekyll, ¿os imagináis? Pero sólo podemos imaginar. He debido leer esta obra una cincuentena de veces, y en verdad os digo que he tratado de traspasar las fronteras del espacio y del tiempo a menudo para leer ese primer manuscrito maldito, esa paralipomena fantasma. Tal vez lo he conseguido en sueños.

Siempre termino mencionando a Lovecraft, claro, pero es que es nuestro padre, puñeta: él dejó un montón de anotaciones, frases sueltas, ideas, de candente paralipomena, y además no tenía inconveniente en decir a sus amigos: “si te gusta desarróllala, te la regalo”. Se me viene a la mente por ejemplo: El Que Deja Sus Huellas En El Polvo, un cuento de Clark Ashton Smith escrito a partir de un apunte de HPL sobre un sueño que tuvo en que volvía a su casa y lo encontraba todo cubierto por el polvo, y sentía una terrible presencia que le hacía cerrar los ojos y escapar. ¿Veis? Este simple esbozo ya es fantástico. El mismo Ashton Smith dejó escrito en un poema sobre HPL:

“Algún eco de su voz o palabra perdida,

siguiendo la luz, cruzará

los límites estrellados de los cielos,

para regresar y hacerse oír,

cuando los mundos y orbes actuales se disuelvan”.

  Pues eso: que ya está aquí ese eco, ¿no lo oís?

1 comentar

León noviembre 2, 2020 - 11:52 pm

Una canción muy bonita es La pomeña.

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