El Centinela: William Ernest Henley, el luchador contra la adversidad

por C. G. Demian

El nombre de William E. Henley no ha trascendido a su época. Su nombre no resuena en la eternidad como el de otros contemporáneos suyos como Conan Doyle o Bram Stoker. Sin embargo, Henley dejó una huella imborrable en la literatura, una pisada grande y profunda que todavía hoy el tiempo no ha podido enrasar.

Henley nació en Gloucester el 23 de agosto de 1849, y allí se crió. La fortuna quiso que fuera alumno de T.E. Brown, conocido poeta y teólogo nacido en la Isla de Man. Henley era hijo de un librero que mantenía a su familia a flote a duras penas. A la edad de doce años, Henley fue diagnosticado con artritis tuberculosa. Esta enfermedad le hizo faltar mucho a la escuela, pero también se ha especulado que la situación financiera de la familia fuese un factor a considerar en estas ausencias. En 1867, cuando el padre de Henley falleció, el muchacho se vio obligado a abandonar la Crypt Grammar School para ayudar a su madre a mantener el hogar.

Su enfermedad no impidió a Henley convertirse en un periodista autorizado, un respetado crítico con fama de despiadado. Lo cual, al igual que a Poe, le granjeó alguna que otra rencilla con los escritores a los que criticaba. El poeta Wilfrid Scawen Blunt diría de él: «es tan horrendo como un enano, tiene un cuerpo enorme, una cabeza gigantesca, una extremidad inferior mínima: tiene la malignidad del enano, la actitud de rebelarse contra todos, es brutal, valiente, despectivo».

El principio de su carrera como poeta sobrevino durante una estancia de veinte meses en un hospital de Edimburgo. Henley sufrió la amputación del pie izquierdo y tuvo que someterse a cirugía en el derecho. Los poemas que escribió durante esta época terminaron publicándose más adelante en un poemario cuyo título sería In Hospital. Estos poemas le valieron la amistad de Robert Louis Stevenson, quien también sufría de dolencias crónicas. La pareja fue presentada en el hospital por Leslie Stephen, otro escritor. Los dos hombres crearon una gran amistad que les llevaría a escribir tres colaboraciones teatrales: Deacon Brodie, Beau Austin y Admiral Guinea.

Henley también aprovechó para escribir para la Enciclopedia Británica durante su estancia en Edimburgo, hasta que fue despedido debido a un artículo sobre Cristóbal Colón. Henley alegó que lo habían despedido por «incompetencia».

Como editor, Henley publicó la novela de H.G.Wells La máquina del tiempo en forma de serie en The New Review, y Wells decidió dedicar la edición en formato novela a su editor.

Durante su vida Henley, además de escribir poesía y teatro, trabajó como editor en cuatro revistas: London, The Magazine of Art, The Scots (más tarde National) Observer y New Review. Sin embargo, fue su relación con Robert Louis Stevenson la que le convertiría en un personaje «inmortal». Cuando Stevenson escribió su primera novela, La isla del tesoro, se inspiró en la apariencia de Henley para crear el famoso personaje Long John Silver. Stevenson, en una carta, escribió a Henley «fue la visión de tu fuerza mutilada y maestría lo que engendró a Long John Silver… la idea del hombre mutilado, gobernado y temido por el sonido, fue completamente arrebatada de ti».

Además de una única pierna, Henley tenía una gran barba roja y una risa prolija y estridente. La representación cinematográfica de Robert Newton de Silver inmortalizaría el grito característico de «¡Aarrrgh!», lo que llevaría a la concepción moderna de los piratas. Por lo tanto, podríamos decir que, en última instancia, también tenemos que agradecer a Henley el «Día Internacional de habla como un pirata».

Pero Henley era un hombre perseguido por la fatalidad y en 1888 acusó a la esposa de Stephenson, Fanny, de plagio. Esto condujo inevitablemente a una pelea y al consiguiente distanciamiento entre ambos escritores. Fanny, que era también escritora, habría publicado algún texto que, según Henley, había sido escrito por otra persona.

Su vida personal también estuvo marcada por las desgracias. Además de su tuberculosis tuvo que soportar una maldición con su descendencia. Hannah Johnson Boly, su esposa, dio a luz un hijo muerto en 1879 y en 1881 sufrió un aborto espontaneo. Finalmente, nacería su única hija, Margaret Emma, en 1889. Esta niña, que terminaría falleciendo de meningitis a los cinco años de edad, inspiró otro de los grandes personajes de la literatura universal: la Wendy de Peter Pan.

Henley actuó como mentor de muchos aspirantes a escritores, incluido J.M. Barrie, autor de Peter Pan. La pequeña Margaret pensó que este era el nombre de su amigo (friend) y lo corrompió a «Fwendy», lo que llevó a Barrie a llamar Wendy a su heroína.

En 1901 Henley estuvo a punto de morir al intentar subirse a un tren, aunque no pudo escapar a la muerte el 11 de julio de 1903, a la edad de 53 años, debido a la tuberculosis que lo castigaba desde niño.

Henley, a pesar de todo, nunca dejó de combatir las adversidades y esta tenacidad quedó reflejada en uno de los poemas que escribió durante su estancia en el hospital de Edimburgo. Invictus es un himno al heroísmo silencioso y fue citado por Winston Churchill en su discurso en la Cámara de los Comunes el 9 de septiembre de 1941, en el momento más comprometido de Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. También fue recitado ante sus compañeros por Nelson Mandela, durante su encarcelamiento en Robben Island. Clint Eastwood titularía por este motivo Invictus a la película que dedicó a Mandela en 2009, protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon.

Este es el texto de Invictus:

Desde lo más profundo de la noche que me rodea,

negra como un pozo que va de orilla a orilla,

doy gracias a los dioses, sean lo que sean,

por mi alma bravía.

En las garras de la desventura

no retrocede ni grita.

Bajo los golpes de la fortuna

mi cabeza sangra, pero no se inclina.

Más allá de este lugar de ira y lamento,

solo se cierne el horror de las tinieblas.

Y, aún así, la amenaza del tiempo

sin miedo me encontrará, y me encuentra.

No importa cuán estrecho sea el portillo,

cuán llena de castigos esté mi existencia,

soy el dueño de mi destino,

 soy el capitán de mi consciencia.

William Ernest Henley

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