Imagina vivir recluido durante toda tu vida, con la creencia de que fuera de tu casa el mundo es un lugar salvaje en el que respiran monstruos salvajes que atacan cualquier forma de vida humana. Imagina pensar que no hay nadie más en la Tierra, que toda la realidad se reduce a las paredes de una casa desvencijada alrededor de la cual tan solo existe la más absoluta nada. Y peor aún. Imagina no saber quién eres.
Eso es lo que sufre Danny, el protagonista de la serie británica Somewhere boy. Su padre le ha hecho creer que no puede salir de casa, que todo lo que hay más allá significa un peligro mortal. La serie orbita sobre tal premisa y se centra en dos focos principales: cómo puede alguien reintegrarse en la sociedad tras descubrir que toda su vida ha sido una mentira, y dónde ha de hurgar para encontrar su identidad después del trauma.
Resulta muy interesante el modo en que los directores Alexandra Brodski y Alex Winckler utilizan el guion de Pete Jackson para explorar temáticas y miedos universales. Danny se convierte de repente en un ser ajeno para los demás, alguien que genera desconfianza y temor. Casi es un extraterrestre. Es una reversión del clásico tratamiento que siempre se ha explorado acerca de la figura del otro, del extraño, aquel que no se adapta a nuestras convenciones y, por tanto, supone una amenaza para nuestro modo de vida. Enfocando este prisma sobre Danny, Somewhere boy transmuta lo que podía ser un thriller de terror en un drama con toques de misterio, cosa que me parece muy acertada.
Durante los ocho breves capítulos que dura la serie, la trama alterna hábilmente la parte dramática con un omnipresente elemento enigmático representado por el padre de Danny y sus motivaciones. Las dificultades del adolescente para integrarse en una nueva familia corren en paralelo al desentrañamiento del misterio. De esa manera, a medida que nos familiarizamos con los personajes va creciendo la intriga. El guion sabe resolver la trama adecuadamente, mientras que los directores logran imprimirle el ritmo perfecto para mantener interesado al espectador hasta el último capítulo.
Para que se sepa en qué parámetros nos movemos, los creadores de esta serie ya nos ofrecieron hace poco la inusual The end of the fucking world, otra pieza que se asentaba en la retorcida mirada del autor de cómic Charles Forsman.
Ayuda a la inmersión la fantástica labor actoral del elenco, encabezada por un Lewis Gribben que consigue dotar a su personaje de una ambigüedad que alterna entre lo perturbador y lo entrañable. Especialmente acertado me parece el papel de Samuel Bottomley (Aaron), que representa a la perfección la apatía y nihilismo de la juventud actual.
Buen ejemplo de la calidad británica a la hora de presentar productos originales y que impliquen al espectador, Somewhere boy se erige como una serie muy recomendable, de eso no cabe duda. Sin embargo, me gustaría abrir un debate que lleva tiempo preocupándome. La serie es autoconclusiva y su duración es de tres horas en total. ¿Por qué no hacer una película? ¿Qué lleva a los productores a elegir el formato serie ante la posibilidad de rodar una película para cine? ¿No estamos ante un peligro real y patente de que el cine desaparezca bajo las fauces de su hasta ahora hermano pequeño televisivo? Me gustaría escuchar opiniones al respecto.
2 comentarios
El formato serie es algo fugaz. Puedes ver un capítulo hoy, en el el tren, en la cama. Tiene su propio dialecto intelectual con el espectador. Muy adecuado en nuestros días, cuando está bien conformado. El cine es otra cosa, no menos fugaz, cuidado. La serie va con nuestro ciclo social. Todo es una serie. Aprovecho para lanzar otra pregunta, ¿por qué no poner series en el cine? A todo esto, amo el cine, las series, los documentales. Me gustan todos los formatos y los entiendo.
Muy buena crítica. Enhorabuena.
Buena reflexión. Lo de las series en cine lo he visto en ocasiones excepcionales, como maratones puntuales. También me gustan todos los formatos siempre que la historia sea buena, aunque detecto menos calidad en las series por la “obligación” comercial de extenderlas hasta el infinito.