El terror (III)

por Daniel Aragonés

Hablamos del terror, de una ansiedad agónica que causa ciertos efectos en la mente humana y nos obliga a buscar refugio. Conocer los factores del miedo es imprescindible para la creación artística. No digo que la visceralidad sea inútil, cuidado. Solo intento avisar de la cantidad de obras relacionadas con esta sensación que pasan desapercibidas y que ni siquiera son consideradas creaciones de género.

Cuando uno escribe y vive el terror con pasión, aplicando los conocimientos sin dar demasiadas explicaciones, evitando la gran parcela de los eruditos a la violeta que copan el planeta, se crean ciertos equívocos que convierten nuestro ámbito en literatura o cine de segunda —eso dicen los supuestos expertos, los académicos y algunos maestros—. Sin embargo, desde mi humilde opinión, creo que el arte no entiende de primeras o segundas líneas. El terror se puede aplicar a todo.

En esta tercera entrega profundizaré y ampliaré el ancho de banda hasta conseguir la amplitud necesaria. La cantidad de factores es fundamental a la hora de crear una buena obra de terror.  

Según el Dr. Karl Albrecht, «algunos de nuestros miedos tienen un valor de supervivencia básica. Otros, sin embargo, son reflejos que pueden ser debilitados o reaprendidos con el paso del tiempo». En el terreno de la realidad más pura, sin añadir flecos o rizar el rizo, todos los humanos compartimos de base cinco miedos fundamentales, ocultos en esa oscuridad atávica de la que ya he hablado. El resto de nuestros temores parten de ahí y se bifurcan en infinidad de sendas tenebrosas.

El primero y más importante, en su gran amplitud conceptual, es el miedo a la muerte, tan recurrente en la mayoría de las obras de ficción habidas y por haber, ya sean de terror o no.

El temor a ser aniquilados y dejar de existir proviene de una sensación primaria relacionada con la supervivencia, factor común con la oscuridad, con aquello que no podemos ver o sentir de forma directa. De este miedo derivan otros muchos temores generalizados: el vértigo, el pánico a los viajes en avión, a los accidentes, a ciertas enfermedades o a ser asesinados vilmente por un psicópata o un violador, o un conductor borracho. Son muchas las fobias conectadas a la extinción de nuestras vidas. Sensaciones de espanto ante sucesos que puedan suponer el fin de nuestra existencia.

El propio Covid-19 ha creado una alarma desproporcionada en la población. Y si hablamos de la ficción, uniendo los parámetros que ya tenemos, quién sería capaz de ignorar la presencia de Jack Torrance en un hotel alejado de la civilización, en plena noche, sintiendo las visiones esquizoides producidas por un temor primigenio e indescriptible a la muerte. Todo ello aderezado con una buena dosis de alcohol, desconocimiento y hechos misteriosos hacen del El resplandor una obra terrorífica. El propio Bateman en American Psycho nos puede hacer pensar en lo que es capaz de hacer un ser humano por puro anhelo. Asesinado por publicar un libro mejor que el suyo, por montarte en su lomo plateado y provocar la psicosis más pura y desquiciante.

El miedo a la muerte se deforma hasta la hipocondría.

El segundo miedo básico es la pérdida de autonomía, que pareciendo algo tan banal, si penetramos en sus entrañas conceptuales nos damos cuenta de la ansiedad que puede llegar a provocar. El temor a ser inmovilizados, paralizados, sometidos, apresados, encerrados, aplastados —con o sin motivo, como en El péndulo de Poe—. Ese terror que provoca sentirnos controlados por situaciones o hechos alejados de nuestro radio de acción, carentes por completo de solución. Ese miedo a la libertad de movimiento natural es común a casi todos los seres humanos. Somos animales, y no podemos eliminar ciertos instintos. El libre albedrío es una necesidad.

Este miedo es conocido como claustrofobia, pero se puede desarrollar de otras formas, a fin de cuentas es una reacción psicológica conectada de forma directa con la interacción y el comportamiento social. El propio Albrecht nos pone como ejemplo el conocido «miedo al compromiso».

Como podéis comprobar, el coctel va creciendo. La ecuación para crear un ambiente terrorífico admite cientos de variantes, solo hay que ahondar en la psique humana y decorar nuestro interior como si fuese Hallowen.

El tercer factor no es otro que la soledad. Nos produce pavor sentirnos abandonados. El rechazo nos consume. El desprecio golpea con fuerza y nos deja fuera de combate en cuestión de segundos. La pérdida de conexión con la sociedad produce una sensación de angustia ante el riesgo de convertirnos en alguien no querido, despreciado, un ser al que nadie valora ni respeta y que se va a morir de asco tirado en cualquier rincón, como una rata maloliente, igual que un bicho apestoso.

Este miedo se muestra en pantalla a través de nuestras reacciones.

Los celos y la envidia expresan el temor arcaico a la separación o la degradación de uno como persona racional. La Metamorfosis de Kafka es la obra más terrible en relación a este miedo. Un padre que ignora a su hijo, que lo trata con desdén y lo ve como si fuese un maldito insecto. Reflejo de una realidad de la que no hace falta hablar. Las familias rotas, los enfermos mentales que acaban sus días de mala manera. Ancianos que vagan por pueblos y ciudades como si fuesen a morir al día siguiente, sin nadie con quien hablar.

La metamorfosis, © Robert Hasanov

El cuarto factor es mi favorito: el miedo a la mutilación. El pánico a perder cualquier parte del cuerpo, cuanto más brutal mucho peor. El simple hecho de pensar que podemos estar limitados en cuanto a movilidad es una sensación horrible, agónica. Perder un órgano de forma parcial o total, un apéndice o la funcionalidad de cualquier parte del cuerpo es algo que nos persigue desde el principio de nuestra historia. Como ya he dicho y citando a Albrecht: «la pérdida de conexión con el mundo genera sensaciones de angustia».

Compartir espacio vital con animales venenosos, peligrosos o mortales produce ansiedad —insectos, arácnidos, serpientes, cocodrilos, felinos de gran tamaño—. Padecer fobias a ciertos elementos y situaciones que supongan una posibilidad, por remota que sea, de producirnos un daño físico: estar expuesto, directa o indirectamente, a sierras circulares, radiales, motosierras, hachas, cuchillos, maquinaria industrial. Vernos en medio de una catástrofe o accidente. Existen infinidad de ejemplos que producen este miedo, y en el cine y la literatura la lista es interminable, desde La matanza de Texas, pasando por Holocausto caníbal y terminando en Fantasmas, de Palahniuk.

Sin duda alguna, y me vuelvo a repetir, el miedo a la muerte y sus múltiples caminos están directamente relacionados con el miedo a la mutilación.

El quinto factor no es otro que el daño o perjuicio al ego —enemigo silencioso de la humanidad—. El temor a la humillación, a pasar vergüenza. Estar sometidos a situaciones de profunda censura o desaprobación. Todo aquello capaz de dañar la integridad del ser es conocido como Muerte del Ego. Sentirse rechazado, el simple miedo que provoca hablar en público, capaz de aniquilar nuestra integridad debido a un ridículo inventado por nuestro cerebro, totalmente irreal. En palabras de Albrecht: «el fanatismo religioso y la intolerancia pueden expresar el miedo a la muerte del ego en un nivel cósmico».

Bajo mi criterio, solo las religiones dan respuesta o cobertura a estos cinco grandes miedos existenciales, básicos e inherentes al ser humano y al desarrollo cerebral. El gran éxito de la religión no es otro que este: la culpa, el pecado, el miedo a una represalia divina, la existencia del infierno y el castigo proveniente del más allá. Hay que leer El Golem, de Gustav Meyrink.

 

Puedes encontrar todas las entregas de esta serie de artículos aquí: El Terror

4 comentarios

FRANKY marzo 14, 2022 - 9:50 am

Todos esos miedos en los niños se empiezan a ver ya: se vuelven locos si los ignoras (ego). No soportan que les corten las uñas y el pelo, incluso dicen que les duele (mutilación). Qué decir de abandonar a un niño… (soledad). La insoportabilidad de la pérdida de autonomía la vemos en el típico imbécil (el tío sicópata) que disfruta cabreando a los niños: pellizcándolos, tirándoles del pelo, y lo peor: inmovilizándolos -y ya como colofón de inhumanidad: “te suelto si me das un besito”, ese chantaje que casi empuja a la prostitución. Curiosamente es el principal y aparentemente más poderoso, el miedo a morir, el que los niños se pasan por los cojones, jajaja. (Perdón por la extensión, pero sabes que yo no soy erudito a la violeta, más bien ¡a la violenta!)

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Vicente marzo 14, 2022 - 11:16 am

Pedazo artículo

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Patricia Valkyria marzo 23, 2022 - 1:24 pm

Genial!!!…he aprendido muchísimo con estas 3 entregas de este tema que me gusta….habrá una cuarta?…eso espero.👏👏👏😎

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Txolo marzo 23, 2022 - 7:05 pm

Impecable descripción de los miedos Dani, aunque como dices, para mí todos se derivan de una sola fuente, el miedo que produce el tomar consciencia de la muerte, de que la vida está constantemente expuesta a su fin. Certero anàlisis Daniel Aragonés, se nota la pasión que te produce el tema y la sabes transmitir.

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