“Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo monstruoso”.
Borges, en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.
He titulado este desvarío mío hoy ex cathedra, para empezar porque estoy sentado en una silla, y eso es lo que significa precisamente cathedra: silla. Pero esta silla proverbial mía no es una silla cualquiera de plástico barato, con publicidad cervecera detrás, ni una banquetilla de playa, no: este es mi trono, bajo el dolmen. La silla es el primer símbolo real, mucho antes de buscar el cetro y la corona el rey se subió a su cátedra, ya fuese esta una piedra o la espalda de un muerto, y soltó su discurso; la cuestión era ponerse por encima de los demás: para que se le viese y se le escuchase. Tengo poco de rey, pero cuando hablo aquí lo hago con poderío, para vosotros, mis cuatro gatos, sí, pero sobre todo para mí: de ahí la cita sobre el espejo, podemos suponer. Estos mis desvaríos son para mí un espejo donde mirarme y tomarme la medida; es decir: ex cathedra ad cathedram (mi latín no es académico, como nada en mí, en realidad, pero se entiende, ¿verdad?). Por eso me gusta escribirlos de una sentada, sin tener nada previo en mente, improvisando como un buen rapero.
Ya sabéis cómo sigue: el espejo es monstruoso, asímismo la cópula, porque ambos multiplican el número de los hombres. Este hablar para un espejo puede devenir en monstruosidad, pues; podría yo llegar a colapsar, por ejemplo, y convertir unos desvaríos inteligibles en un batiburrillo abominable de sandeces (estoy obviando la figura del editor, por supuesto, pero no seáis tiquismiquis). La cosa es que por ahora ese colapso no ha llegado, sigo en mi cátedra y recibo el feedback de mis cuatro gatos, alto y claro.
Dicho esto, sigamos con Borges. Es de los primeros escritores que conocí, que conocimos mi hermano y yo, en realidad; y hoy día, casi treinta años después sigue siendo fuente inagotable de asombro. Borges y Lovecraft tienen mucho que ver, los dos son prácticamente alienígenas, no tienen parangón, leerlos es asistir a la fuente de toda maravilla, si me permitís robar la expresión a Lao Tzu. Ambos usan la erudición, la suya y la de sus personajes, de forma que engancha al lector; cuando leemos las referencias de los personajes a libros y textos, ya el Necronomicon, ya la Encyclopaedia Britannica de 1902, nos creemos nosotros mismos eruditos, ¿no es cierto? Nos atrae El Conocimiento. Nos atraen los latinajos, los griegos y los sánscritos, los enigmas, los arcanos imperecederos. Estos datos cogidos de aquí y de allá van creciendo como una bola de nieve que cae ladera abajo, y nosotros asistimos a ese suma y sigue, boquiabiertos y al tiempo mimetizados con estos personajes improbables, obscurum per obscurius.
Pero no es tanto la erudición, en realidad, lo que nos engancha, son ellos, aunque es cierto que esa amalgama de datos rebuscados y conocidos de casualidad o solo por unos pocos forma parte de ellos, otros pasajes sencillos nos atraen igualmente: de Borges: “Solo una cosa no hay. Es el olvido”, verbigracia. Ellos mismos eran ya un arcano indescifrable: ya lo he dicho: alienígenas. Unos versos de HPL:
“No sé qué tierra es esa… ni me atrevo a preguntar/
cuándo o porqué estuve, o estaré allí”.
Pero qué vemos en estos versos: a veces me parece que tras los versos de uno y del otro es la misma mente la que se esconde, como para mandarme un mensaje, oculto pero a la vista. Es casi un idioma, casi una lengua secreta. Yo la entiendo, pero se me hace difícil de traducir. Fijaos en estos finales, ya da igual quién firme cuál, y ved que se refieren a la misma realidad:
“Sólo del otro lado del ocaso/
verás los Arquetipos y Esplendores”
“Cortan las cadenas del instante y me dejan libre/
para erguirme en solitario ante la eternidad”.
El samio de Cavafis se alegraba de su muerte porque en Hades volvería a hablar en griego, y para siempre: volvería a la matriz, retornaría a la sintaxis de su lengua madre, en palabras de Castañeda: “Por eso no siento ahora ningún miedo y al Hades voy sin queja”. Nosotros cinco, vosotros mis cuatro gatos y yo, retornaremos también a la matriz de estas palabras asombrosas, de estas historias fantásticas que nos han conformado, que nos han moldeado como somos: no seríamos así sin Charles Dexter Ward ni sin Ts’ui Pên y el jardín de senderos que se bifurcan.
Ha habido imitadores de ambos, pero con resultados poco interesantes: citemos a Aldous Huxley, en Cielo e Infierno: “No cabe esperar que los artistas que se respeten continúen haciendo lo que sus antepasados hicieron ya supremamente bien”. Ahí tenemos la vieja historia del joven Ramsey Campbell y sus primeras obras imitando a HPL, y el subsiguiente consejo del preclaro Derleth: no imites, escribe sobre lo que conoces. Una vieja patata, pero como punto de partida es lo mejor: escribe sobre lo que conoces, escribe en tu propio lenguaje. Ya veis que Derleth, Campbell, Huxley, Cavafis, Lovecraft y Borges me respaldan: no podemos estar todos errados.
Pero entonces: ¿escribían Lovecraft y Borges sobre lo que conocían? Y si la respuesta es sí, ¿significa eso que he acertado de pleno al llamarlos alienígenas?
Ya que estamos en esta tesitura oscura citaré ahora el Regnigrorvm, de Cklo Labella e Hidalga Erenas: “Si una bruja muere, puede coger su alma y meterla en el cuerpo de un animal. Así puede seguir merodeando eternamente por la tierra hasta el Día Del Juicio Final”. Tal vez lean esto alguno de los dos americanos y nos puedan responder a la cuestión de la alienidad, si ahora andan por aquí como cuervo y serpiente, por ejemplo. (Si como cuervo, ya sabéis que se presentarán “con unos golpes, como si alguien estuviese llamando a vuestra puerta”.)
Sin embargo, Borges tenía a Bioy, y Lovecraft tenía, bueno, tenía a su círculo, y todos entendían el lenguaje secreto, tal vez no fuesen tan alienígenas después de todo, o tal vez lo seamos todos nosotros: una manada de gatos de Ulthar supracósmicos, desde JLB y HPL, pasando por Fox Mulder, hasta quien hoy ocupa mi cátedra.
A menudo comparo mis “artículos”, que yo prefiero llamar desvaríos, no vayan a matarme por ellos, con una charla coloquial conmigo cuando me he bebido cuatro o cinco cervezas (de lo cual mi encantadora mujer puede dar fe), y he aquí que me acabo de abrir la segunda: así que en verdad os digo, gatos míos: ¿os habéis fijado en que no terminan los términos de comparación entre JLB y HPL?
Los dos han devenido en tres letras en mayúscula que les representan. HPL, JLB.
Los dos escribían cuentos, pequeños textos en general, no largos.
Los dos se pensaron que su obra pasaría por el mundo sin pena ni gloria, y resulta que nos van cambiando la vida a los gatos de esta orilla plutoniana.
Los dos son menos leídos de lo que parece: en general la gente (no los gatos negros de esta reunión de media noche) siente pereza cuando se dispone a entrar en sus mundos, ay, ineptos.
Los dos tienen fama de “difíciles”, cuando a los gatos negros de la madrugada del alma nos parecen no ya fáciles, sino como algo que conocemos desde siempre, desde antes de la cuna.
En fin, los dos son escritores sin los cuales yo no sería yo, y en el universo, en este jardín de senderos que se bifurcan, no habría estos “lugares oscuros y polvorientos, rincones perdidos en laberintos de viejas callejuelas junto a los muelles, donde coger ese volumen que tenemos más a mano y hojeándolo al azar empezar a temblar al leer raras palabras…”.
Quien tenga ojos que lea.
Fco. Santos Muñoz Rico
Redactor
3 comentarios
Escribe sobre lo que conoces, sobre lo que desconoces inventa. He aquí la diametral catapulta de los ponzoñosos mares del extravío literario. Hierve como la sopa el magma litúrgico de los antepasados murmurando sibilinamente, es la casacada de andrajos de la que se desprende todo lo que puede decirse y todo lo que puede escribirse.
Así es, León. Todo nos lleva a esta cornucopia repleta de regalitos, casi una piñata. No se lleva necesariamente los mejores caramelos el que la rompe. Pueden quedar deliciosas chocolatinas debajo de algún sillón.
No te comprendo. Tu lenguaje es demasiado enigmático. Sinceramente, me hace parecer lerdo. No tengo tiempo de esperar a que por fin lleguen las balas al cargador puedo morderlas un poco antes, justo al haberlas comprado ¿Me entiendes? Quiero decir que las verdaderas artimañas necesarias para encandilar a un papa (póngase por caso el Papa Clemente) serán necesariamente usadas solo por los más talentosos. Amanece mientras escribo estas línas -eso es falso de toda falsedad- y me pregunto si no habrá pasado ya el camión-regadera, pues odio mojarme las chanclas con los charcos que se forman en los socavones. ¿Me entendés? ¡Bo!