Intentaré evitar lanzarme a hablar desesperadamente de dos grandes tópicos si vamos a tratar de bosques: Algernon Blackwood y Howard Phillips Lovecraft, pero lo más probable es que me remita tarde o temprano a ellos.
El bosque como protagonista, del misterio, del terror, lo encontramos tratado de manera magistral en la serie Twin Peaks, donde desde el primer capítulo el bosque se convierte en un elemento poderosísimo, y suele ir en comandita con la oscuridad, con la noche, aunque estrictamente esta no le es necesaria a los bosques para fascinarnos y aterrarnos con sus misterios, horrores y peligros; no todo es malo en él, empero, también ofrece sus benéficos dones a quien los merece y sabe recibirlos. El uso que hace David Lynch de esas luces solitarias recorriendo los caminos oscuros, ya sea con alguien que porta una linterna alocada o se trate de los faros de un coche en un camino de tierra, no importa: provoca ansiedad en el espectador, miedo, incertidumbre. Y es precisamente perdidos en el bosque donde resolvemos, o al menos donde se apunta la resolución, de todos los misterios de esta increíble serie: en el bosque está la entrada a la Logia Negra, y a la Logia Blanca; en el bosque desaparece el Mayor Garland Briggs, y en medio de los bosques es donde está perdida esa cueva en que los antiguos dejaron el mapa que conduce al desentrañamiento de toda maravilla; y por supuesto es en una cabaña oculta en ese bosque donde el fantástico personaje Windom Earle se esconde hasta su gran número final, en compañía de su entrañable y estúpida mascota: Leo.
¿He dicho cabaña? La película The Cabin In The Woods es un paroxismo sin fin y francamente genial y absurdo de aquello que esconden los bosques. Asimismo Ash desencadena ese protervo mal (proveniente de HPL, ya salió) desde una cabaña perdida en el bosque en Evil Dead. ¡Y qué cabaña, eh! Es, por supuesto, una edificación típica americana, tiene un sótano, un basement, un elemento arquitectónico sin el cual no podemos entender la mentalidad ni la forma misma de entender el terror de la gente del otro lado del gran charco. El sótano es el lugar donde se esconden los secretos, donde habitan los monstruos y fantasmas del pasado, ya sea en forma de carne o de recuerdos, siempre acaban por hacernos bajar a ese basement y allí nos atrapan, nos ponen de cara al famoso espejo de la verdad y nos enfrentan con nosotros mismos.
Sigamos sobrevolando los bosques, como Stanley Kubrick en ese inicio célebre de The Shining, y saltemos unos treinta años desde Twin Peaks a otra serie: Zone Blanche, cuyo primer capítulo es un homenaje continuo a Twin Peaks, guiños que no se acaban para aquel que sepa verlos. Me permito copiar el mensaje que mandé a una amiga, tan apasionada de Lynch como yo, después de ver ese primer capítulo: “Desde el primer momento te va a retrotraer a Twin Peaks: el protagonismo de los bosques, los personajes excéntricos, la serrería, los planos y las localizaciones, los planteamientos, un agente que llega al pueblo, las linternas en la oscuridad, las edificaciones, los colores… y un montón de cosas más, por no ponerme pesado: todo son guiños. Pero tiene su propia esencia, no es una imitación abstrusa, es una cosa original. ¡Todo esto en el primer capítulo!”
Los bosques, y las cuevas que hay bajo ellos, son inacabables, y en el segundo y tercer capítulo la serie se desmarca de guiños y dependencias y se convierte en una cosa muy original y muy cargada de absolutos misterios, todos rondando, cómo no, el bosque.
Fotograma de Zone Blanche
Pero por supuesto el bosque no es un mero recurso, no es una construcción humana para asustar al lector o al espectador: se trata de un lugar terrorífico de verdad: desde los primeros días es allí donde se ha perdido la gente, donde el lobo se los ha comido, o han muerto de hambre o de frío; donde los niños Hansel y Gretel han sido abandonados y encontrados por esa caníbal loca, ha sido allí donde la chica de la caperuza roja se topó con el malvado lobo: no con un ser extraño o improbable, sino un animal bien conocido (lo vemos a diario en memes junto a ridículas frases…) y que no por ello deja de ser causa de espanto; ay los habitantes del bosque, el lobo, así como el Wendigo, se nutre (su leyenda se nutre) de las soledades y las sombras, de la vastedad del bosque. (Ya salió el fantasma algonquino de Blackwood con su Wendigo).
En otra vertiente encontramos el mismo bosque como lugar de redención, como punto de encuentro con nuestro viejo yo. Así le sucede a Loren Casaubon, en la novela de John Crowley Bestias. Podemos ir a los bosques para deshacernos de esos fantasmas del pasado (o del presente), para encontrarnos a nosotros mismos, para olvidar a los demás; podemos dejarlos, a nuestros malditos congéneres y a esos fantasmas tan pesados, anclados a su sociedad, a sus construcciones humanas, a sus basements, a sus sótanos polvorientos. Volver a la Naturaleza, como el viejo y bueno Thoreau, en su Walden, podemos construir, partiendo de cero, una nueva cabaña, con nuestras propias manos: sin fantasmas; o afincarnos en una vieja torre, como hace Casaubon en Bestias, y despojarla de todo fantasma de un plumazo. Volver a la Naturaleza: no decimos “ir”, decimos “volver”.
La voz de Axl Rose y la sucia guitarra de Slash nos interrumpen un momento para introducir un apunte: cuando queremos dar una impronta salvaje y tenebrosa a la ciudad basta con compararla con el bosque —bosque de cemento—, como hicieron los que bautizaron Die Hard como “La Jungla De Cristal”, como estos dos que acaban de interrumpirnos con su Rock: Welcome to the jungle, we’ve got fun and games…
También encontramos el bosque como ente poderoso, vasto, eterno, en Stephen King: él también nos habla del Wendigo, y de otras muchas criaturas y leyendas de los bosques, en Cementerio De Animales, en La Chica Que Amaba A Tom Gordon, en El Juego De Gerald, y en muchas otras de sus obras, los bosques, los inacabables bosques están tratados con una maestría indiscutible: lo que Sai King nos quiere decir es: el bosque está vivo, es un ente con su propia conciencia, su propia memoria, y al igual que pasa con los dioses de Lovecraft, nosotros le importamos a los bosques absolutamente nada. ¡Teme, más que respetar, al bosque!
Ya que he traído a ese sempiterno habitante del bosque, el lobo, hay un cuento de Robert Howard, el primero que leí suyo en realidad, llamado En El Bosque De Villefère, un cuento muy temprano en su obra, publicado en 1925, en el que Howard ya empieza a usar el bosque para meternos en el misterio ominoso (seguirá usando bosques y junglas, y adentro de estos extrañas ciudades perdidas, para transportarnos a las vastedades de su imaginación): “Dicen que un hombre lobo acecha en este bosque”, se trata de un cuento tan sencillo como eficaz; el bosque, la noche y dos que caminan juntos entre las traicioneras sombras, “¡Aprisa! Debemos alcanzar nuestro destino antes de que la luna llegue a su cenit”. La luna, era inevitable que la trajésemos si hablamos de bosques, ya que es el único foco de luz disponible en los mismos. Y el motor de cambio del hombre lobo, claro. Bueno, eventualmente podemos encontrar otros focos, claro: un candil o una chimenea en la consabida cabaña perdida, o en la Alpujarra granadina “siete viejas con siete candiles”.
Pero no abandonemos a Howard (es mi debilidad, lo sé). Hay también una idea que confirma eso que Sai King nos ha dicho hace un rato, eso de que los bosques son un ente: me refiero al hecho de que se mueven, invaden terrenos que les eran ajenos o que antaño les pertenecieron, los recuperan, se enseñorean de ellos. Por mucho que el hombre los ataque, los bosques vuelven, crecen y nos anegan. Hay un pasaje en La Luna De Zambebwei en que se habla de esto, de cómo el bosque había invadido lo que en tiempos fuese una mansión con un parque bien cuidado en derredor, y la sola presencia de “los jóvenes pinos” que “habían invadido el jardín tan florido en otros tiempos” cambia el escenario de manera radicalmente eficaz. No me resisto a seguir citando: “Toda la hacienda tenía un aire de decadencia. Detrás de la mansión, los graneros y las casetas que antes habían cobijado a las familias de esclavos se desmoronaban convertidos en ruinas. La propia mansión parecía tambalearse sobre el detritus, un gigante crepitante, descascarillado por las ratas y en descomposición, a punto de derrumbarse por la más leve sacudida”. En efecto: el bosque se lo había agenciado y poco a poco lo fagocitaba inexorablemente.
Quiero terminar mencionando los bosques de España, más concretamente aquellos que yo mismo he hollado y en los que he investigado el lado oculto de todas las cosas, el reverso tenebroso y luminoso de todo lo que antes de llegar a Galicia conocía, aunque muchos bosques encantados más hay en España. “A San Andre de Teixido vai de morto o que non foi de vivo”. La magia de las meigas, el bosque petrificado, el lobisome, ¡La Santa Compaña! Sencillamente, el Wendigo no anda por aquí porque ya no queda sitio.
Y aún otro apunte final: mientras tecleo estas cosas que se me van pasando por las mientes una tormenta se va desencadenando sobre mi cabeza, en el cielo de Almería, los tambores lejanos van cogiendo un ritmo cada vez más pesado, el anochecer se adelanta unas horas y las gotas de lluvia empiezan a tamborilear en la claraboya. Bosque y tormenta, otra pareja bien avenida sin duda.
Fco. Santos Muñoz Rico
Redactor